La ciudad de Santa Mónica en el estado de Tlauma, al sur, cerca de la frontera, siempre había sido una ciudad caótica, desquiciada, llena de problemas que no parecían tener solución, una ciudad hecha mierda dentro de la mierda en la que se había convertido ese pequeño país caribeño. De mierda.
La gente tenía miedo de la policía, la policía de la gente y ambos le temían a Dios por sobre todas las cosas, herencia española, romana? judía? no sé, pero de que temían, temían.
Un buen/mal día, el presidente municipal de Santa Mónica, su Alteza Indivisible, comisionó a un grupo de antropólogos traídos de otros países a encontrar el problema en la psíque de la población, porqué eran los santamoniquenses unos hijos de puta?. Los resultados fueron sorprendentes.
Después de encuestas, análisis a fondo de comportamiento de grupos sociales aislados, de pruebas médicas e incluso, se menciona que también a partir de la disección de un habitante de la comunidad, los antropólogos encontraron que la raíz del problema era la represión. El castigo moral autoimpuesto por ellos que los hacía sentir desahuciados, perdedores sociales, basura y escombro a la vez.
La solución del presidente municipal fue algo nunca antes visto.
Un día del mes, todo estaba permitido en Santa Mónica, no había delitos, todo era posible. El día elegido como prueba fue el 28 de mayo, un día antes de las fiestas patronales, así si habías pecado, pedías perdón al día siguiente. Fácil. Sentido común. Si por lo contrario, cometías un delito, por más pequeño que fuera, tenías mínimo 5 años de cárcel y un máximo de pena de muerte.
La gente lo tomó de la mejor manera. Su Alteza Indivisible no podía estar equivocado. Era algo que les convenía a todos.
A 24 horas del 28 de mayo, la ciudad era un remanso de paz. Nada pasaba. No había delitos. No había miradas lascivas. No había ni un vidrio roto por una pelota.
Todo era perfecto.
Comenzó el 28 de mayo. Dicen que la primera persona que se atrevió a algo fue un adolescente que le tocó las nalgas a su vecina al pasar por el mercado. El chico avanzó hacia ella, la abrazó por la cintura, le tomó las nalgas y se fue caminando campantemente. La vecina no dijo nada. Siguió con sus compras y volvió a casa.
El segundo delito fue más elaborado, menos inocente, un barbero murió a manos de su hasta entonces mejor amigo, el barbero se preparaba para cortarle el pelo a un cliente y de paso robarle su cartera cuando su mejor amigo llegó y le disparó dos tiros a la cara. Nadie dijo nada. El cliente conservó su cartera. La espuma y la sangre se mezclaron en el suelo.
De las 10 a las 13:00 fueron las horas más complicadas, 17 violaciones, 2 asaltos a un banco (el mismo banco), 34 carterazos, 1 parricidio y 9 reportes de lesionados. Pero la gente quería más.
El problema para el presidente municipal fue que no consideró que el magnicidio era también un delito permitido, lo que menos esperaba es que su propia esposa en complicidad con un diputado local le dispararían mientras esperaba un café en el restaurante al que siempre iba.
Santa Mónica no volvió a ser igual.
El día 29 de mayo, con el recuento de los daños y un nuevo presidente municipal, la vida volvió a ser normal. Fue la última vez que se contrató a gente externa al pueblo.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
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