La llamada que podía hacer una vez a la semana desde el centro de desintoxicación en el que lo habían metido sus padres, siempre iba dirigida a ella.
Ella sólo descolgaba el teléfono y lo escuchaba hablar, no lo interrumpía, él le decía lo mucho que le hacía daño estar ahí, lo infeliz que era, lo patéticos que eran los demás internos, él era mejor que todos ellos pero no lo dejaban salir porque decían que recaería en sus vicios, en el mal camino, en el lado oscuro de Dios.
Al terminar la llamada, él se iba a su habitación, había dejado de compartir cuarto desde que denunció que el tipo que le había tocado de compañero de cuarto, lo había acosado sexualmente, él pidió trato preferencial, una habitación sólo para él y una botella de agua en la mesa todos los días. Su padre tenía dinero y nada de eso fue problema.
Ya tenía un año en ese lugar, un año de llamadas sin respuesta, de terapias, de agua embotellada.
Al año y dos días dejó de llamarla.
Un día llamaron preguntando por él, una voz de mujer. Le dijeron que ya no estaba ahí.
Se había ahogado en su propio cuarto.
La chica preguntó que como si no tenía tina.
Ellos le dijeron que había sellado su closet y con todas las botellas que había reunido en un año lo había llenado, ahí fue donde se ahog, en el centro de su habitación.
Ella colgó para siempre.