jueves, 12 de julio de 2012
De los dragones
Dejé de soñar con dragones a los 17 años. Fue justo el Sábado de Gloria, había tanto por hacer que dormí sin sentir el aleteo golpeandome en la cara, moviéndome el pelo, quemándome los ojos con sus respiraciones. Eran grandes sueños los sueños de dragones.
Volábamos todas las noches y los paisajes cada día cambiaban. Los escenarios no se repetían y lo que ibamos descubriendo nos sorprendía más y más. Yo quería que mis sueños de dragones no dejaran de suceder, pero pasó. Se fueron y no regresaron.
Yo los maldije desde mi cama, nunca más hijos de puta, le dije al aire y ellos entendieron y me dejaron en paz. Sin despedidas, sin abrazos, sin nada.
Así me quedé.
En el vacío de los sueños eróticos comunes, en la trivialidad del vértigo de los sueños en los que caes, en el predecible terror de las pesadillas de asesinos. Pero no había más dragones. Ni uno solo. Se extinguieron para siempre y con ellos lo que quedaba de niño en mí.
Hasta hace 3 días. Entré a mi casa, la cual habito solo yo y pude sentir a uno de ellos, la estancia estaba cálida pero no como siempre, un calor acompañado de un rumor de respiraciones lo invadia todo. Sentí algo que creí olvidado, corrí hacia allá pero no había nada. El vacío. El pinche vacío.
Hoy creo que soñaré con dragones de nuevo.
Me he tomado todos los calmantes y he bebido todo el alcohol que hay en la casa. Hoy los sueño porque los sueño hijos de puta, así no vuelva a despertar jamás.
martes, 3 de julio de 2012
De los pendientes
La revolución no se televisará, se twitteará y pasará de mano en mano a través de teléfonos celulares y callará todas las bocas que tenga que callar y los dedos y las voces serán las balas de los que odiamos la violencia y de los que no queremos que todo explote y que el olor de la polvora quemada nos impregne la ropa como perfume de Paco Rabanne y nos de alergia y nos haga llorar con la sola idea de que las tumbas clandestinas llenen los campos y el trigo y el maíz crezcan con sangre y el sabor del óxido y el adn nos convierta en hombres que comen hombres y terminemos todos con hemofília y nos desangremos en un río interminable de heridas que no cerraron ni cerrarán.
Tengo miedo de que pase lo que tenga que pasar y al final no pase nada y la apatía me convierta en mi padre sentado en su sillón. Y las canas me llenen los ojos y me hagan la voz inaudible y nadie me escuche gritar.
No quiero que pase la revolución por mi casa y no me encuentre ahí y no me pueda unir como fila de conga en boda, quiero que la revolución me lleve aunque no me pueda mover.
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