Dejaba un rastro a su paso, una huella que seguía todos los días y que me permitía conocerla y que me conociera sin conocernos. El perfume que dejaba en las escaleras del edificio donde viví ese verano, era el olor de la pasión y en menor medida del romance. Con esto uno quiere decir que ese olor me excitaba como nunca me había pasado antes.
Nunca la ví a los ojos hasta el día que nos topamos en los contenedores de basura del edificio, yo habia bajado con una bolsa en donde traía los restos de la reunión de un día anterior, ella estaba enfrente fumando, la reconocí de inmediato, sabía que era ella a pesar de que el olor de los desperdicios me impedia constatarlo, pero era ella, con su cigarro viendo hacía donde yo estaba. Nerviosamente la saludé con un callado buenas noches. Ella no me dijo nada. me alejé de ahí apenado.
Dos días después la topé en las escaleras del edificio, ella en el mismo mood que la vez anterior, fría con el cigarro sostenido con la mano derecha, yo con la misma timidez, está vez no la saludé, pasé a su lado y me permití olerla un poco más cerca, carajo, su olor era aún más penetrante y no se si será cuestión de feromonas o algo así pero si hubiera tenido la oportunidad habría intentado todo en plenas escaleras, pasé a su lado y cuando ya había avanzado, me dijo buenas noches, el encuarte de mi pantalon sintió el peso de esas palabras y avanzé más rápido buscando con desesperación mis llaves. Esa noche no dormí nada.
La tercera y ultima vez que la ví, ella estaba afuera del edificio con su maleta, buscaba en sus bolsillos un encendedor y yo iba casualmente caminando viendo al suelo porque siempre tengo la esperanza de que me encontraré un billete de loteria o la moneda qe me dé la posibilidad de comprar uno y salga de pobre de la manera más fácil, egoista y sin chiste del mundo, en eso la vimevionosvimos y le pasé un encendedor, alcancé a rozarle su mano al pasarle el encendedor y por primera vez, me sonrió, sonreí ya sin timidez y ella me dijo: Traes la bragueta abajo.
De no ser moreno me habria puesto rojo de verguenza.
Le pregunté si se iba de viaje, ella me dijo que se iba, entendí y no quise preguntarle más nada, me regaló un cigarro y con mi propio encendedor lo prendió, agradecí el gesto y nos pusimos a mirar la calle, ella esperando un taxi, yo esperando el valor para invitarla a subir a mi departamento y quitarme por fin y para siempre, esa fantasia que me rondaba los sueños y me hacía querer salir a correr por la colonia todos los días a las 550 am. Nunca pasó lo segundo, llegó el taxi y se fue, me devolvió mi encendedor y yo volví a ponerselo en las manos ella me sonrió por segunda vez y yo vi que las luces traseras del taxi se alejaban y escondian en la oscuridad de la calle, si ella me hubiera visto por el vidrio trasero del taxi, se habría dado cuenta de lo triste de la escena.
Al día siguiente a las 550 am, ya llevaba dos kilometros recorridos y el olor, su olor, no desaparecía de mi cabeza.