Cuando desperté del profundo sueño en el que me había sumergido la botella de "Rey de Los Andes" un horrible vino chileno de 63,00 pesos, seguía con sed.
Me puse los tenis, una sudadera y bajé corriendo las escaleras del departamento, en el camino saludé a la "vecina misteriosa" de quien pienso es prostituta o asesina a sueldo, sexy en cualquiera de las dos formas.
Corrí a la calle para correr. Empecé este ejercicio de escapar de mi mismo para intentar alcanzarme o porque no, rebasarme.
Me gusta correr con frío y sentir como mi pecho se incendia en hielo y mi nariz es una ventila por donde se filtran los verdaderos Andes. Duele correr así. Duele desaprovechar una noche así.
Corro entre humos de mariguana de los tipos que aprovechan la oscuridad del parque para desaparecer, corro entre el vapor que despide el perfume en el cuerpo de la chica que va adelante de mi y que quiero alcanzar para decirle que el Halloween es un perfume tan viejo y tan tonto como los tenis verdes fosforescentes del tipo sin camiseta que va a mi lado gimiendo como si estuviera en un maratón sexual, perdón..en un terrible maratón sexual a juzgar por su cara desencajada de esfuerzo.
Escucho "don´t stop me now" de Queen y nada me detiene ahora. Soy una bola de fuego con hoodie. El rastro de mis pisadas en la grava. El vapor que sale de mis brazos semi congelados. Mi vida es una respiración a intervalos largos, cortos, cortos, largos.
Dejo de correr cuando me mareo y caigo al suelo. Respiro hasta que duele y soy feliz por estar vivo y tener ambas piernas (aunque una rodilla me esté matando), soy feliz por avanzar cada día más y no quiero que nada cambie hoy.
De repente, Argeles es un parpadeo. Un recuerdo. Una habitación sucia de hotel, una llamada que no realicé hace tres años. Debí de haberme despedido.
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