jueves, 17 de noviembre de 2011

No me digas

Te ví el otro día, ibas caminando por la calle de la mano de alguien más, yo tenía más o menos 3 semanas que te seguía a todas partes. Cierto, ya no teníamos nada pero no quería quedarme así, tú lo sabías y por eso te veías con él fuera de la ciudad, en San Luis para ser exactos. Yo te seguía en el coche prestado de un amigo y te observaba con él y me moría tantito pero no podía dejar de ver.

Era bastanta morboso para mí y bueno, ya estaba ahí y no tenía nada más que hacer, así que me inventé una vida dedicada exclusivamente a seguirte los pasos de día, trabajar desde mi hotel por la noche, tener un sentido al fin.

Si mi destino no era estar contigo podría serlo estar sobre ti, acecharte, interpretarte a la distancia, leer en tus manos y en tus gestos con mis binoculares, los diálogos que a otro le dabas, sentirlos míos. Sentirme vivo.

No se si "patético" sea la palabra que mejor me defina en estos momentos pero si es la que utilizaste al descubrirme, ¿qué te puedo decir? es todo lo que soy ahora, una idea idiota pero mía, mi lógica me funciona a mí, no tienes porqué entenderla. Ahora por favor, aléjate y sigue viviendo que yo viviré en función de ti.

martes, 15 de noviembre de 2011

Tos

Siempre he estado ligado a la enfermedad, mis primeros recuerdos siempre apuntan a dolores en el pecho, tos que inunda el cuarto en el que esté, fiebre, sueños de fiebre y ausencia del hambre en mí. Desde niño he probado todas las medicinas y puedo considerarme un experto en automedicarme, en inyectarme solo, en tragar pastillas, masticar tabletas, beber jarábes y hacer de todos un coctél que me aletargue lo suficiente como para soportar la fiebre.

Mis peores pesadillas han sido bajo los efectos de antibióticos, pesadillas que quedaban destruidas cuando sentía el frío de la regadera, los pedazos de hielo en mi cabeza, el tomate quemado en mis pies, la vaporera que me ahogaba, los rezos y sollozos de mi madre que me cuidaba sin importar que descuidaba a los demás hijos que tenía. Siempre fui el más débil. El enfermo que veía por la ventana y no jugaba, el que tosía a la menor provocación y se refugiaba en una habitación lejana para que no lo escuchara la madre, el padre pero sobre todo, la aguja.

Por eso apenas me recuperé y me fui de casa.
Me largué para darle a mis hermanos la madre que quizá no tuvieron. Para alejar de ellos el sonido de la tos, la preocupación sonora, el estrés del hijo que salió defectuoso.
Por eso me fui apenas la fiebre bajó.

Ahora a la distancia, toso cuando quiero y a nadie le importa.

En mi enfermedad, me siento aliviado.