viernes, 26 de diciembre de 2014

Testigo

Ayer llegué a una tienda y acababan de asaltarla, el dependiente, nervioso, llamaba a una patrulla mientras en el suelo un tipo con el rostro lleno de sangre y un hueco del tamaño de una moneda de diez pesos, se mantenía inerte. Rocío de sangre sobre las bolsas de papas fritas, como si un pequeño aspersor hubiera regado todo, tenue, casi imperceptible pero presente. En la pantalla de la tienda mi reflejo, la pistola del dependiente seguía caliente. El ruido de la máquina de café anunciaba que estaba listo para beberse. Caliente. El suelo lleno de sangre. La mano derecha del asaltante seguía tapada con un trapo y formaba una escuadra con los dedos. Salí de la tienda y regresé a la fiesta, les dije que estaba cerrada y no había podido comprar nada. Nadie dijo nada y nos conformamos con seguir bebiendo whisky sin hielos. Al fondo, una sirena.

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