El calor era insoportable, aún lo recuerdo, podías freír un huevo de avestruz en la palma de mi mano y el huevo se volvería un mapa mundi que te daría la solución y la ubicación exacta del arca de Noe, que como todos sabemos, está en algun lugar oculto entre Mazatlán y El Salto Durango, no es para nada una coincidencia que ahí esté esa carretera que ahora conocemos como El Espinazo del Diablo, se creo hace miles de años por el surco que el Arca de Noe dejó en esas antes inhóspitas regiones.
Pero volvamos a las libelulas de gelatina, iba yo manejando mi moto por la carretera y en la abertura que dejaba mi casco, el cual siempre trae la firma y un dibujo de los ojos de mi madre, penetró una libelula que se me metió en la boca, pensé en escupirla pero el sabor era impresionantemente bueno y no me quedó más remedio que disfrutarla y en eso estaba cuando una nube gigante de libelulas me envolvió de pies a cabeza, me quité rápidamente el casco y los guantes llenos de arena naranja de la carretera y me puse a acabar con esos terribles/deliciosos insectos.
Justo cuando estaba más entretenido porque tenía más de 23 horas continuas en moto y casi sin comer, fue cuando lo vi a la distancia, tomando vuelo, era el toro más imponente que había visto en mi vida y sobre el toro, la mujer más hermosa que alguna vez haya podido ver, ni en las revistas de las terminales de autobuses había visto una mujer así. Me sentí por un momento en una portada de disco de Metal de los 80´s de esos donde las mujeres semidesnudad blanden espadas de las cuales salen rayos.
Y ella me miró.
Una última libelula multicolor intentaba salir de mi boca, aleteaba desesperada y la dejé salir.
Mi moto sobre el acotamiento de la carretera era un cadaver lleno de sol. Yo sin casco enmedio de la carretera era un cadaver lleno de sol. Ella y el toro eran el sol.
Levanté la mano a manera de saludo y ella se inclinó sobre la cabeza del toro y le dijo algo al oido, el toro se dió media vuelta y con ella, se fueron para siempre.
Las libelulas de gelatina multicolor de la carretera, a la altura de Concepción del Oro existen, como existió ella y el toro. Es sólo cuestión de saber esperar el momento y de tener paciencia y suerte.
Me fui conduciendo la moto. Dos cadaveres llenos de sol que avanzaban sin miedo.
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