jueves, 6 de mayo de 2010

Black Moleskine

El cielo, ese espejo de los días, no cambia.

He pasado tardes enteras esperando que algo acabe con él y conmigo y no pasa nada. El tiempo transcurre y yo, me deslizo en la tierra y me convierto en polvo porque polvo soy y en polvo me he de convertir.

No regales animales a quien quieres porque cuando el amor se acaba, el animal peligra. Puede sufrir un accidente, caer de la terraza, entrar al horno encendido, accidentalmente cortarse el cuello con una navaja, la vida está llena de accidentes.

Me doy vuelta sobre la tierra mientras reflexiono esto. Ahora respiro el polvo y aguanto lo más que puedo el estornudo, vamos a ver quien resiste más, yo o yo. Pierdo contra mi mismo. Siento la tierra caliente en mi rostro y saco poco a poco la lengua sintiendo el sabor de la tierra, el sabor seco, una vez leí que en un pueblo de Bolivia la gente no tenía que comer y se hacían pequeñas tortillas de lodo que comían y se enfermaban y morían con el estomago lleno de barro y bichos. No quiero morir. No hoy. No mientras el cielo siga en su lugar.

Giro de nuevo y con la cara al sol y al cielo, maldigo a ambos porque siempre tienen el futuro asegurado y no están como yo, actuando como un loco en una cancha de fútbol abandonada. Un vecino ha llamado a la policía y escucho como la sirena se acerca. El agente se inclina sobre mí y me pregunta si estoy bien, le muestro la lengua llena de tierra y el tipo se indigna y se marcha. Me gusta volverme un poco loco los martes. 

Me levanto de un salto y me sacudo el polvo, escupo la mezcla de tierra y saliva y avanzo a mi coche. Me voy y el cielo sigue donde estaba. Una vez más no he podido hacer nada.




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