Camino a la azotea de mi casa y tomo con las manos fragmentos de esa nieve que no enfría, leo en ese pequeño "copo", una historia de amor entera en dos palabras. "Lo siento" dice y yo, en verdad lo siento.
Porque a lo lejos se distingue el origen de todo, es un incendio que se ha desatado en la montaña, en el aire, el calor se confunde con el olor de las flores quemadas. Es rasposo, es una comezón que empieza en la nariz y termina en el corazón, es el incendio del amor que se acaba, que arde en la montaña.
Y yo me encuentro de nuevo sentado en las baldosas de una avenida en Barcelona, escuchando y viendo los fuegos artificiales, el espectaculo que se desata en el cielo, tan distinto a este nuevo show enmarcado también por el fuego.
Y soy el mismo y soy distinto, porque ahora no sonrio. Nadie puede sonreír cuando a lo lejos se queman la esperanza y el recuerdo. Palabras que se van, "te quieros" que hierven en el cielo y se condensan y quizá caigan como una lluvia de "perdonames" (si es que esa palabra llegase a existir), decenas de flores, de fotografías, de recortes, de planes, de sueños.
Pobre del hombre que reniega y que quema su pasado.
Pero más pobre es el hombre que vive con ese pasado.
De las cenizas del amor quemado, un fénix de promesas arde.
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