Subí a mi Ibiza 2010 blanco, quemacocos, stereo, rines, golpe arriba de la llanta izquierda delantera y arranqué sin precaución, el taxista de un tsuru verde tocó su claxón pero no lo escuché, sólo traía el puto coraje que Lala y su maldita impuntualidad me habían provocado.
Llegué a donde ella trabajaba como diseñadora y no estaba, sólo Marce y el vato que quiere con ella pero no le dice, Rubén se llama creo, me lo presentó Lala en una fiesta que fue en casa de él, llegue de colado pero no creo que nos hayamos presentado, Marce me dijo que Lala tenía rato que se había ido.
De nuevo al coche, avanzar por las calles de siempre y la ví de lejos, estaba sentada en un Starbucks escuchando música y leyendo, no había donde estacionarme y lo dejé a la vuelta del café, caminé hacia ella y cuando me acerqué ví como levantó las cejas y alcanzé a ver como La Culpa, El Despiste, El Chingadamadre le pusieron roja la cara.
Le dije que Qué Pedo! nos habíamos quedado de ver en mi casa, me dijo que lo había olvidado pero que me sentara, esperaba a un cliente potencial, le dije que eso de esperar un cliente me sonaba a puta, me dijo que era un pendejo y se me olvidó el coraje. Lala tiene ese efecto en mi, es buena gente, está buena, es divertida y coge bien. Desafortunadamente a los 5 minutos de escucharla hablar sobre las posibilidades reales de que ese cliente le adelantara al menos el 50% de lo que cuesta el proyecto, cerré los ojos y volví a estar en La Perdíz, ese restaurante uruguayo (Vía San Marcos y Bolaño, Montevideo, Uruguay) y escuchar a Marnio, el productor del comercial que me explicaba los beneficios de la carne producida en el Uruguay sobre otras carnes de la región, siempre que me aburro al hablar con Lala, recuerdo algún viaje, la última vez fue uno a Lima de Abajo, un pueblo que está cerca de Puerto Vallarta en donde probé un atún sellado increíble.
No me despedí, me paré y me fui, la dejé esperando y cuando giré la cabeza para decirle adiós con la mano ella me pintaba un dedo, a la verga, pensé, pinche vieja aburrida.
Subí al coche y me fui a casa. En el camino no encontraba la canción exacta, esa que me sacara de la cabeza lo que traía y que aún no definía si era bueno o malo pero mejor para que arriesgar y había que espantar al diablo, cuando creí haberla encontrado (una de jack white que ni me sé pero que me gusta adivinar que sigue) ya había llegado a casa.
Dejé las llaves sobre la mesa y me senté a ver la televisión, nada. No había nada.
Me fui al baño a lavarme la cara y frente al espejo, mientras veía mi reflejo, tampoco había nada.
Llamé a Lala y le dije que me perdonara. Nunca contestó, le dejé en su teléfono un "perdón ando de malas" y colgué. El silencio en mi casa era tan grande, tan voluminoso que me ahogaba, quería ruido. Abrí la puerta del refrigerador para que se escuchara el sonido del motor, del gas frío. Por la ventana de la cocina se veían los techos de las casas de los vecinos. En mi teléfono un mensaje de texto. "Ok" decía. No respondí. No respondí nada.
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