Ellos ya están muertos y no se han dado cuenta, nadie ha tenido la delicadeza de decirles que están viviendo en tiempo extra y el partido está por terminar, ellos, los que no tienen nada pero que han decidido tenerlo todo así sea por un breve periodo de tiempo, ellos, los que no saben donde van a estar mañana y viven acelarados en un rush de cocaína y dinero que les quema las manos, la cabeza, el cuerpo y que después, ese mismo dinero mutará, se transformará en balas, en dolor, en lágrimas. Ellos, los perros sin dueño.
Ayer ví uno a los ojos, me ladró directamente a la cara y pude verlo, pude olerlo, pude sentir su miedo y mi miedo. El que ladra más es que tiene más miedo-pensé. Pero yo no ladraba porque no podía, era impotente a lo que veía y me quedé ahí, detenido en el tiempo, tan solo, como el último cubo de hielo en la bandeja del congelador. El perro ladró más y yo le bajé la mirada.
Caminé con miedo a mi coche, pensando en lo que me dijo y saben, lo ví morir.
La diferencia entre ese perro y yo, es que cuando yo muera, no importa cómo ni dónde, yo no estaré solo y tengo la certeza de que será rápido.
Ese perro va a sufrir. Se va a atragantar con su propia sangre y dejará de ladrar. En ese momento, es cuando alguien tocará su espalda y le susurrará al oído "estás muerto".
Y no tendrá tiempo de arrepentirse de nada.
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