La llamó desde un teléfono público para amenazarla de muerte y colgó, oculto bajo el anonimato y la distancia, le dijo que en 2 días la iban a matar.
Ella colgó y se metió a la cama en donde él, el hombre por el que había dejado todo, dormía como una piedra.
Dos días después ella estaba sentada en la mesa de la cocina, nerviosa esperaba a quien le iba a desmadrar la vida, a quien juró que iba a matarla, ella ya no estaba como para andar corriendo.
Entró Gabriel, no el ángel, su ex marido y no le dijo nada. Ella le sirvió un vaso con agua y él lo bebió de un trago. El amante de ella no estaba ya en el motel.
Gabriel desenfundó un viejo cuchillo, ya mellado y oxidado, le dijo que la mataría con el, así, aunque se tardara más pero quería que ella sufriera todo lo que él había sufrido.
Ella se recargó en la barra y lo invitó a matarla.
Gabriel se acercó lento y le dijo al oído que después de hacerlo, se mataba él mismo.
Ella no se resistió.
Él descargó todo su coraje y ella no metió las manos.
Se mató después y se llevó a la tumba, la mirada de ella.
Los zombies comenzaron a comerse a los marcianos azules en el fondo del lago.
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