Recuerdos dos cosas que me marcaron en mi vida como publicista, como persona, como joven adulto recien graduado.
El primero fue 3 meses después de intentar hacer que funcionara un sueño en el norte bien norte del país, estaba en Monclova, en una casa vieja de la calle Guadalupe, vivía solo, mi roomie italiano acababa de irse, había entendido que era una tontera seguir ahí, sembrando en tierra dura. No podía dormir, tenía dos días sin hacerlo, tenía hambre, no había comido nada, no tenía nada...y comencé a escribir, comencé a escribir una campaña publicitaria enfocada en mí, por toda la casa encontraba mensajes de aliento y slogans en donde yo solo me apoyaba, tenía una recordación de marca total y como mi nombre era líder del mercado, alcancé el 100% de los impactos estimados, una clara muestra de que yo era un cabrón para la publicidad.
Dos semanas después dejé Monclova.
El otro momento fue una noche, 1 año después de eso en casa de mis padres, había vuelto a vivir ahí y no podía dormir, tenía sueños de frustración por toda mi cabeza, me levanté de la cama y bajé a la sala a escribir en una libreta, 100 páginas por los dos lados de slogans, gráficas, teles y radios, 100 páginas que me intentaban convencer de que era bueno, mi padre, preocupado porque eran las 4 de la mañana y su hijo escribía como loco, bajó preocupado, mi madre le dijo que yo estaba haciendo mi trabajo, que no tenía porque preocuparse.
Al día siguiente llevé las diez mejores ideas de esa noche a mi primera entrevista publicitaria a lo que fue la junta más importante de mi vida, me dejaron entrar de trainee a esa pequeña agencia de activaciones deportivas.
De eso ya 7 años.
Dos momentos.
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