Yo sé que creces cada vez que yo desaparezco.
Cada vez que me estrello contra los muros de hielo que has construido sistemáticamente, psicóticamente, desafortunadamente, desde que te decepcioné al no ser lo que tú querías.
Yo sé que creces.
Te llenas de lo que a mí me hace mal.
Te satisface verme caer desde el piso 33.
Ves por la ventana mientras sostienes un trago cómodamente en un sillón, mientras al fondo, proyectan en una vieja televisión, una película de Luis Aguilar.
Yo caigo.
Me ves.
Sonríes.
Eres el toro que me ha atrapado.
Una trampa de osos que me inmoviliza.
Mi arena movediza personal.
Mi desvelo y mi muerte.
He hecho y deshecho contigo lo que he querido y lo que no.
Me has orillado a destruirte y matarte cada noche.
Pero renaces y yo no.
No te voy a perdonar porque no puedo perdonarme a mí mismo.
Por eso prefiero vivir como si tú no existieras.
No hay rastro de ti en ningún lado.
No vas a ganar.
No me vas a ganar.
No vas a crecer.
Te lo ordeno.
Yo mando.
No tú.
Tú estás muerto.
Yo estoy muerto.
Padre nuestro que estás en el cielo.
Santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase señor tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día
Perdona nuestras ofensas.
Mejor no.
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