No olvido la última noche del milenio pasado, de la misma forma que nadie olvida lo que nos pasó durante esas horas.
Estaba en la calle, buscando algo que hacer, donde pasar la noche más trascendental (al menos en cuanto a fechas) que iba a vivir hasta ese día.
Nada. No había nada.
Muy joven para ir a un bar.
Muy viejo para quedarme en casa.
Salí y busqué un taxi, no había y caminé a casa de uno de mis mejores amigos quien estaba en el porche de su casa bebiendo directamente de una botella de vino tinto que había robado de la fiesta familiar a la que fue. Un vino horrible de 76 pesos en Wal-mart.
Bebimos hasta terminar la botella, fumamos un par de lucky strikes cada quien y nos subimos a su viejo Atlantic sin dirección hidráulica. Bajamos los vidrios del coche y en el frío de la noche de Monterrey comenzamos a gritar Feliz año! a todos los caminantes que como nosotros, buscaban donde pasar la última noche del Milenio.
Nos detuvimos en la casa de un amigo que parecía tenía fiesta familiar, gritamos para que saliera, se asomó por el balcón y nos invitó a entrar.
La mayoría de su familia bailaba completamente alcoholizada, nos reímos de ellos y aprovechamos que nadie nos veía para robar de las bolsas de las tías, algunos billetes y cigarros. Nos despedimos de nuestro amigo quien nos regaló lo que quedaba de una botella de vodka
El Atlantic avanzó y nos detuvimos en una tienda, compramos cervezas y coca-colas. Le dijimos a la dependienta que cerrara y se fuera con nosotros a festejar el inicio del año. Sorprendéntemente dijo que si. No era fea ni bonita, era pues, interesante.
Nos estacionamos afuera del zoológico, no había ningún guardia cerca. Mi amigo comenzó a besar a la chica y yo me aburrí, bajé del coche y comencé a tirar piedras a los letreros de la entrada. Piedra tras piedra comprobé que no había guardias cerca. Salté la reja y entré al zoológico con la botella de vodka y un cigarro encendido. Los animales no estaban en sus jaulas, estaban encerrados en esos lugares en donde duermen y me sentí triste, decepcionado de haber llegado ahí y no poder gritarle nada a los leones. Mi amigo y la chica de la tienda entraron. Me vieron sentado en una banca observando el espacio vacío en donde deberían estar los monos. Me dijeron que nos fueramos, les dije que se largaran, que no me iría de ahí sin ver un animal.
La chica dijo que en los árboles había ardillas. Reímos.
Ellos se fueron, me quedé en el zoológico, pasé por el serpentario, nada. En el acuario, nada. Rastros del espacio que dejan los animales cuando no están. De pronto, justo al salir, en uno de los pasos peatonales del zoológico había un búfalo mirándome fijamente. Pensé que era a causa del vodka pero no. El animal me miraba, bufaba y el frío dejaba el rastro en el aire de sus exhalaciones. Se fue. Los cascos de sus patas golpeando en el adoquin fueron un premio para mí.
Me dirigí a una de las secas palmeras cerca de donde debería haber osos o al menos, algo. Le rocié vodka y le prendí fuego. La palmera encendió otra y al menos, por un instante todo el calor del mundo contrarrestó el frío. El aire olía a hierba quemada y mis manos dejaron caer al suelo el último cigarrillo de mi cajetilla.
Me alejé lentamente del zoológico escuchando al fin, los rugidos tristes de los leones, los lamentos casi humanos de los monos, los venados golpeando sus cornamentas contra sus encierros. En el cielo, el incendio del zoológico se veía más grande que cualquier fuego pirotécnico. Tomé un pequeño pato del estanque que estaba por la puerta de salida. Sonreí y lo llevé a mi casa.
El milenio inició sin animales en mi ciudad.
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1 comentario:
sin duda todos estaban en sus casas recibiendo al nuevo milenio, como un viejo karma que se cumple de nuevo, encerrados por su propia voluntad....
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