lunes, 10 de diciembre de 2012
tres
Hoy renové mi pasaporte. Un trámite bastante sin chiste que me llevó dos horas en las oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores más cercana a mi casa, las cuales están ubicadas en la parte más alta del edificio Armand, un lugar en el que lo mismo hay oficinas de Gobierno, que un gimnasio o una tienda de camisas de colores horribles.
Llegué y en lo que me recibía, recorrí con la vista los sellos de los lugares que visité en el transcurso de tres años, la entrada un 15 de septiembre a Barcelona y mi posterior salida desde Londres un 30 de septiembre, (solo), mi viaje a Montevideo a filmar un comercial en febrero del 2010, (solo), mi sello de entrada a EU un 15 de septiembre del 2011, (no solo).
Tres años en los que me pasaron tantas cosas que nombrarlas es perder el tiempo. Tres años de paísajes increíbles, de dudas existenciales, de logros personales, de miradas cómplices al abandonar un hostal en Cadaqués, de frío en el lobby de un hotel frente al Mar del Plata, de tequilas horribles en un bar de Austin.
Tres años, siempre renuevo el pasaporte cada tres años, me parece un momento de tiempo justo en el que mi rostro no ha cambiado tanto en la foto y que me ayuda a no deprimirme tanto por los escasos destinos visitados en más de mil días. Tres años es el tiempo perfecto para cambiar a medias.
La próxima vez que vaya, en tres años, tendré treinta y tres años y quizá nuevos sellos en mi pasaporte.
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