lunes, 18 de febrero de 2013
Después
Todo lo que tenía que hacer era entregar el sobre. Nada más. Una sola acción, pequeña acción, sin problemas, sin errores, sin complicaciones. No funcionó. Todo salió mal.
El sobre contenía los papeles del divorcio. No habíamos hablado desde la noche en la que me fui de casa con lo que traía puesto. Al día siguiente todas mis cosas estaban ya conmigo. Que bueno es tener amigos en empresas de mudanzas. Comencé a vivir de nuevo, a escribir un poco más, dejé de fumar, empecé a hacer ejercicio regularmente. Salía con alguien. Todo tenía un nuevo sentido. Hasta la comida sabía mejor!
Sólo era entregar el puto sobre. En el sobre viajaban tantas cosas. Incluso yo, en una versión miniatura de mí mismo, viajaba ahí. Me echaba porras y me decía que todo iba a estar bien, yo regularmente abría el sobre y me preguntaba, ¿estás seguro? ¿porque puedo arrepentirme,sabes?
Llegué a la casa que tuvimos, las plantas no habían sido regadas, las cortinas seguían desprendiéndose, ella me esperaba en la sala. Abrí con las llaves que aún conservaba.
Me ofreció un té. Hablamos por primera vez en 7 meses. Había olvidado el timbre de su voz, la última vez que lo había escuchado se perdía a sí mismo en un prolongado "vete a la verga" que aún retumbaba en las paredes, quizá escondido en los marcos de las puertas.
Ya no me amaba. Ya no la amaba. Era tan obvio que dolía y a la vez liberaba. Eramos dos personas de nuevo, como antes del inicio de los días como pareja, antes del "hola, me llamo".
Ahí estábamos. El sobre quemaba. Mi yo miniatura me gritaba "aaaahoooooraaaaaaa". Ella se acomodó el cabello. Hicimos el amor. Me mudé esa noche. Fallé, de nuevo. Destruí el sobre y me destruí destruyéndola a ella con los errores que volveríamos a cometer.
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