Pero lo amo más de lo que lo odio y no sólo cuando juega la Selección (a final de cuentas ya sabremos que aunque juguemos como nunca perderemos como siempre), lo amo por esas cosas que van con la mexicanidad, la solidaridad del que no tiene y da lo poco de lo que puede desprenderse, la sonrisa de los amigos, sincera y cálida que no tiene otra nación, la capacidad de reírse de las adversidades a los cinco minutos de que estas ocurren, pero sobre todo, el profundo amor y cariño que tenemos por esta extensión de tierra que se llama México.
Allá ellos que nos cierran las fronteras por un fenomeno que no estaba presupuestado.
Allá ellos y la ignorancia que nos culpa incluso fuera de casa.
Allá ellos que se dicen salvadores de sus naciones pero no dejan de ser racistas.
Allá ellos que no entienden lo que pasa y no quieren entenderlo.
Situaciones como este encierro forzoso me han hecho pensar, mientras cocino, leo, escribo o escucho musica en la azotea de mi departamento, lo mucho que quiero a este país que da la mano siempre que alguna nación lo necesita (Siempre que hay un temblor devastador, México envía a un grupo de heróes preparados para situaciones de esa índole, a buscar cuerpos y sobre todo, sobrevivientes, después del huracán katrina, México envió al ejercito con ayuda solidaria para los damnificados, cuando alguna nación necesita ayuda, México, como país y como reflejo de su gente, envía siempre lo que puede y lo que tiene)
Por eso, esta prueba de vida, esta prueba de Dios para todos los mexicanos, es sólo una cosa más, una raya más al tigre, una situación que nos hará más fuertes mañana y que le dirán al mundo que este país que conforma toda está maravillosa gente, es el mejor país del mundo, porque sólo aquel que es mexicano, sabe y entiende los contrastes que vivimos, las situaciones que pasamos y el futuro que nos depara.
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