El loco que habla afuera de la carnicería que está por la casa de mi tía Lorena siempre me ha parecido un tipo mucho más sensato de lo que todos los que pasan por ahí creen. De hecho esa frase pertenece a un fragmento de dos horas videograbadas en donde él me explicaba su lugar en la cadena alimenticia, social, sexual y divina. El tipo colocaba en el suelo pedazos de basura y con excremento de gato, dibujaba un gigantesco organigrama en el que después de la Santísima Trinidad, estaba él, único descendiente de los últimos aztecas nobles que habían huído hacia el norte después de la muerte de Moctezuma Ilhuicamina en el periodo conocido como La Conquista.
El loco era un genio, todo tenía sentido.
Hablaba conmigo y con nadie más, bueno, sólo con sus ideas y sus recuerdos llenos de imbecilidades que yo encontraba fascinantes, no así el dueño de la carnicería que ocasionalmente lo corría con una cubetada de agua con jabón.
El loco era un genio y un diablo.
Lo supe el día que lo encontré lleno de sangre, obviamente no era de él y me dijo que algo había pasado, que un tipo enviado del gobierno había querido llevarselo y él se opuso y lo mató con una piedra gigantesca. Al día siguiente encontré en el periódico la imagen de un niño con el craneo destrozado por una piedra en el lecho del río.
El loco huyó. Era un genio, un diablo y humo.
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