miércoles, 3 de noviembre de 2010

El Mal.

Hay preguntas que detonan tantas cosas, son como pequeños misiles que llegan y activan partes del cerebro que creíamos dormidas, ¿sabes cuáles?

¿Eres feliz? Esa es la más cabrona de todas.

No sé si soy feliz, creo que soy feliz le dije al psicólogo que me entrevistaba-curaba-estudiaba-cobraba y después le dije que no confiaba en él porque qué no se suponía que los psicólogos no preguntaban cosas así?

Salí y no le pagué.

El neón de los anuncios de los bares siempre me ha parecido el mejor invento del mundo. Ella también me parece el mejor invento del mundo.

Entro y pido una cerveza y los que están jugando billar no notan que soy un infeliz, que no soy feliz, que acabo de salir del psicólogo cuestionado, arrinconado, muerto de miedo.

Volví a soñar que ella me decía algo y no podía recordar que era, ni siquiera la recordaba a ella. Todo en neón, palabras en neón, un rastro de su voz subiendo por mi oreja como un camino de hormigas, las palabras entran y adentro de mi oído se vuelven nada. Me dejan ciego.

Marco un teléfono. Ella no está. Lo sé. Ya no vive aquí. Ya nadie vive ahí, esa casa la dinamité hace tanto. Lo marco para no volverme pinche loco. Marco el número...redial. No hay tono. No hay nada.

Salgo del bar y siento que mi corazón está empacado al vacío. No puedo respirar.



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