viernes, 26 de noviembre de 2010

En el bosque no se escucha.

Van a tirar los cuerpos allá atrás, me dijo la niña mientras señalaba el camino rumbo a la montaña, le dí las gracias y avancé a pie por el camino empedrado.

¿Qué carajos hace un tipo como yo metido en cosas que no debe? no sé, no quería saber y salí de casa la noche en que leí en las noticias el descubrimiento de la fosa clandestina más grande de este país. La noticia me rompió el corazón, esta vez había niños entre las víctimas y no podía quedarme impasible ante lo que escuché en la televisión, tomé algo de dinero, una libreta y me fui en el primer autobus rumbo a la Sierra de Durango.

Al llegar al pueblo nadie me quería llevar, sólo aceptó un señor en un vochito alterado para montaña y me costó 300 pesos. Lo quedé de ver en la plaza a las 6 de la tarde. Llegué a la zona de la fosa cerca de las 10 de la noche.

A la mañana siguiente subí solo el camino empedrado, al llegar arriba encontré a representantes de gobierno, de los medios de comunicación y a agentes policiacos, traían a un tipo lleno de sangre, consiente pero con la cara deformada a cachazos, el tipo señalaba un lugar, estaba esposado pero con la cabeza guiaba a sus captores. Se me acercó un policía y me preguntó que que hacía ahí, le dije que nada, que no era de ningún medio, ni siquiera narco. Me pidió una identificación, le pasé mi licencia.

Entonces viene desde monterrey a qué chingados? me dijo, le dije que venía a ver con mis propios ojos como se nos cayó el país, me dijo que mejor fuera que me fuera.

Me senté en la orilla de la fosa, hasta donde me lo permitieron los agentes. Olía a cloro y tierra mojada, cerré los ojos y me acordé de la vez que había ido a un pueblo cercano, fui de misiones de la iglesia y recuerdo que en ese viaje aprendía no confiar en el Dios para el que me dieron un manual y descubrí al Dios de los niños, de los árboles, del café y de la fogata, ese Dios también se nos murió.
La sierra, el bosque no era como yo lo recordaba. El lodo con sangre sabe a fierro y los gusanos se salen de sus escondites buscando restos de carne podrida, ellos están en su festín particular y a nosotros nos come el odio y las dentelladas de los perros que somos.

Me fui de ahí con un dolor en el pecho y un olor en la nariz que persiste.

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