¿qué hice mal? ¿porqué estaba así? ¿en qué momento nos mandamos tanto al carajo?
La última noche que nos vimos todo parecía estar bien. Lo usual. Un trago, una charla, un par de insultos cifrados en te quieros que no sentíamos. Lo usual. Sexo lleno de fantasías alejadas de nosotros. Vehículos para llegar a un destino irreal. La vida pues.
Pero luego ella me pidió que le contara el único secreto que me había guardado para mí, el de la vez en Canarias en donde desaparecí por una noche y ella se quedó en el hotel llorando mi ausencia.
Le dije todo, le dije lo del disparo al agua y lo de la chica negra que dejó de respirar. Lo del sexo grupal en el putero, lo de la peli porno en donde sostuve el micrófono. Lo de los policías y la coca en el capacete de la patrulla.
Ella me escuchaba atenta y yo le narraba todo. Al final me dijo que ya no me amaba. Ya no había secretos, ya no había nada.
Ella no sabía que yo la amaba tanto que nunca le dije que en Canarias me fui a una cafetería a escribir su nombre en una servilleta, quemarlo y fumarme las cenizas metidas en un marlboro blanco. Ella estaba en mí. Nunca se lo dije, ni siquiera para detenerla. Ella era mía para siempre aunque se fuera como el humo del cigarro, como las mentiras de mi noche de verano.
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