Abrí el refrigerador, mi cuerpo estaba seco, podían vérseme los huesos. Podían sentirse las esquinas de mis huesos sin siquiera tocarlos. Estaba mal. El refrigerador era inmenso. Presioné el dispositivo de agua fría y comencé a bañarme con el chorro de agua que caía sobre mi. Bautizado en el agua fría como Juan en el Jordán. Comencé a respirar y a sentir que aún quedaba vida en mi. Después cayeron hielos en mi cabeza. El piso de la cocina era una mezcla de distintas aguas en distintas etapas del cíclo del agua. El despertador marcaba las 4:19 am. Yo quería hacer una llamada, pedir una ambulancia, me ahogaba.
El compresor del refigerador estalló y con su ruido desperté. Había pasado la noche recargado contra el aparato y ahora estaba bien. Eso pensé. Al llegar a mi cuarto me desplomé. Un saco de papas podridas era yo. Un destello intermitente en el bosque. Una luciérnaga perdida en el agua más profunda. Nada.
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