jueves, 18 de diciembre de 2008

capital

El cesped que pisaste, todavía brilla como si fuera de menta. Le dije al teléfono antes de colgar y dejarla dormir.
No podía creer que ya habían pasado 6 años desde la ultima vez que nos vimos, en el aeropuerto, antes de que ella tomara un vuelo a Portland y yo el camino a casa, a mi casa, a su casa, a nuestra casa durante tanto tiempo.

Aún llevo conmigo la sensación y el arrepentimiento de no haber disfrutado el ultimo momento que pasé con ella y de tener mi mente en otro lado, en uno tan vacío y hueco como lo era la duda de si tenía suficientes monedas para pagar el estacionamiento del aeropuerto.

Al verla perderse por ese pasillo interminable, entre maletas, personas y empleados, le grité sin que me oyera un "llamame cuando llegues". No supe nunca si me escuchó o no, creo que no porque nunca me llamó, la llame yo. 

6 años y 345 llamadas después, mi corazón latía aún ilusionado cuando la escuchaba y la veía por televisión, convertida en una estrella del mundo del espectaculo, ella, la chica que me había amado era ahora una maravillosa mujer que daba el clima en un canal de televisión en el mercado hispano de Estados Unidos. Era ella pero era otra. 

Sufrió los típicos cambios que supongo suceden cuando los años pasan y se trabaja en un medio tan competido como este, ahora era digamos, más exhuberante en sus formas y en su vestir, tenía otro tono de cabello y en el timbre de su voz, había perdido casi, el acento que nos unía.

Pero era ella, mi chica con ilusiones, mi reina sin subditos, mi vida prestada. Me senté a verla de nuevo y quería ver en mi locura ilusionada, un mensaje cifrado de su parte, un pronostico que nos uniera, una ciudad que nos recordara algo, una variación del clima que fuera una motivo para buscarla, pero no. Austin mantendría una media de 32 grados centigrados y cero probabilidades de lluvia.

Apague el televisor y me fui al porche del frente, a ver brillar el cesped que pisó y a sentir en el aire tibio de Texas, la calma que precede a la tormenta y a imaginarme, que quiza estaba yo en el centro de un huracán de amores extraños. En ese pensamiento estaba cuando mi esposa salió de la cocina y me sonrió como solo ella sabe hacerlo y me gritó: Metete que va a llover-.Fue ahí cuando me di cuenta de que la chica del clima se había equivocado una vez más. Nunca más volví a llamarla.


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