Cuando Teresa despertaba, siempre encontraba un monton de flores y cenizas en su cama, en su sillón, en el tren o en el coche que la dejaba en su casa después de una noche de fiesta. Siempre y sin falta, después de despertar, veía flores y ceniza rodeandola y el aroma de las mismas, penetraba sus poros y ella misma era toda una flor.
Nunca le dijo a nadie, todo ocurrió después de la primera vez que durmió con un hombre, a la mañana siguiente, ella despertó rodeada de flores y pensó que era un detalle romantico de su pareja y lo quiso más que nunca, pero cuando él le dijo "mi vida, que romantica eres, mira que las flores en la cama y todo..." ella entendió que él no había sido y descubrió que junto a las flores, una leve capa de ceniza pintaba de gris y negro las sabanas.
Los vecinos del edificio de departamentos, se habían acostumbrado a verla caminar con bolsas de flores rumbo al cubo de basura, al menos tres veces por semana. Pensaban que tenía un amante romantico en exceso o que ella era una apasionada enfermiza de las flores, pero nunca le preguntaron nada, y ella seguía con el olor a flor a todas partes.
Alguna vez pensó hacer negocio y comenzar a vender popurri floral y adornos hechos de pétalos, pero en el momento en que los terminaba, las flores se deshacian con facilidad y quedaban reducidas a cenizas que la hacían estornudar.
Era una especie de maldición eso de las flores, como podría decirle a alguíen, "quédate a dormir, pero si te levantas temprano y ves flores y cenizas, es algo que me pasa, aparecen" de loca no la bajarían, suficientes problemas había tenido ya cuando en un viaje en taxi, el taxista abrió la puerta y vió que su taxi estaba lleno de flores y ceniza y su pasajera dormía placidamente. Tuvo que pagar la limpieza y la aspirada del taxi y avergonzada entró a su departamento.
Fue con un psicologo y él le dijo que las flores y cenizas eran una representación natural de los lazos que no se rompen y al no romperse, emergen y se materializan simbolicamente en flores y cenizas que ella cree ver y que no son más que alucinaciones producto del estrés y de una reacción hormonal típica de una mujer con patrones de conducta solitarios.
Ella se entristeció y no pudo ni siquiera sacar de su bolsa las flores y la ceniza que llevaba para demostrarle que era cierto y juró nunca más ir con el psicologo, que sus flores y su ceniza eran muy suyas, como muy suyos eran sus problemas y también, sus sueños.
Teresa, rumbo a su casa, se detuvo a comprar una aspiradora y un cubo de basura más grande.
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