El animal se acercó al auto a paso lento pero firme, yo bajé del mismo y me dispuse a encararlo, a vencer el miedo, a desafiarlo si era necesario, a morir en el intento, a pedir una explicación. Al tenerlo frente a frente, en el frío de la noche que se reflejaba en la cantidad de vapor exagerada que salia de nuestras respiraciones, yo no pude hacer ni decir nada. El, contra todo lo esperado se puso en dos patas y erguido avanzó, rompiendo con sus patas traseras las hojas y las ramas del suelo. Al verlo, ví al diablo y comencé a temblar y a buscar en la parte más escondida de mis recuerdos, alguna oración, algo que me hiciera sentir un poco más seguro.
Las oraciones nunca son mi fuerte cuando más las necesito y no pude recordar ninguna. El venado lo adivinó y dió un grito que rompió el silencio y la oscuridad y mi miedo y el parabrisas del coche y yo, armado con la pluma con la que había dibujado en el bloc de notas, lo ataqué, un sólo golpe, al cuello, y él, empapandome de sangre me abrazó en un movimiento de muerte y cayó desplomado sobre mi. Y yo, sintiendo su sangre y la tierra fria donde caímos, desperté del sueño con una pluma en la mano y una hoja de papel con la palabra Venado escrita en ella. Fue el sueño más extraño que he tenido en mucho tiempo.
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