Cantan los pajaros del otro lado de mi ventana, se desgarran sus gargantas de metal y con las vibraciones que su trinar provocan, se mueven los cimientos de mi alma pensando en la correcta forma de hacer un nudo de corbata un domingo por la tarde de derby italiano.
Me descanso, me desgasto, me sumerjo en una alberca y la presión que sienten mis oidos es una botella de agua mineral agitada que rueda dos kilometros en el desierto de icamole, perdida, sin sentido, como Slatan tirando un taco en el giuseppe meazza y que él sabe que lo tiró por mi, que lo veo a miles de kilómetros de Italia y lo siento tan próximo, como a un amigo.
El sonido del domingo son los ecos de los días pasados, son las etiquetas de las cervezas que quito meticulosamente mientras están frías y las guardo enfermizamente en el bolsillo trasero de mi pantalón, para que así al día siguiente, pueda saber la cantidad de alcohol que tomé y sonría pensando que nunca será suficiente.
Espero, espero, espero, espero y vienen a mi las visiones de un cuento que no alcanzo a desentrañar de mi cabeza, porque lo que no sabes es que los cuentos ya los tengo escritos, escondidos en los archivos de mi cerebro, a la espera de que pueda verlos, armarlos y contartelos.
Pato acaba de meter un gol y yo le tengo toda la envidia del mundo, no de sus millones de euros, no de que tenga 18 años, no de la supermodelo con la que está comprometido, no del coche que tiene en su cochera, no de esas cosas simples y con precio. Yo le tengo envidia de que él esté jugando futbol en este momento y yo no.
1 comentario:
Dios! Que final. Te sigo.
Leí cosas muy padres aquí,gracias.
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