martes, 24 de noviembre de 2009

Calca

Tengo un trabajo de medio tiempo que nadie de mis amigos conoce, una identidad desconocida que no revelo a nadie, sólo cuando me descubren y después de haber fingido demencia por un rato, puedo confesar que si soy yo. El tipo que dibuja en la banca del parque y que te hace retratos, soy yo.

Lo hago para satisfacer algunas manías que tengo y que sólo el dibujo puede darme, no lo hago por el dinero, aunque debo de confesar, que hay días en donde gano bastante, pero así como recibo los billetes, los regalo a la primera persona que extienda la mano y me lo pida con los ojos llenos de esperanza.

Porque cuando retrato a las personas puedo permitirme mirar fijamente a alguien sin que esa persona se extrañe y me acuse de acosador, de enfermo, pero es que disfruto tanto ver los rostros, las historias que hay detras de las arrugas, de la mirada vacía, de los nervios de la novia que no quiere suficiente al novio pero que accede a hacerse un retrato a sabiendas de que algún día va a tirarlo a la basura, disfruto sobre todo de las cicatrices, de las imperfecciones que tienen y tenemos, pero como si fuera yo un diseñador, corrijo y procuro regalarles una versión limpia y perfecta de ellos mismos, una versión de ellos mejorada. 

El otro motivo por el cual dibujo es porque siento que pirateo a Dios, que hago copias apocrifas de las personas que Él creo y sobre todo y como ya lo dije, corrijo sus errores y por unos instantes, perfecciono lo perfecto: Las personas. 
Dios no sabe que lo copio y si lo sabe lo permite, lo cual lo hace complice en un autosabotaje de Él mismo, en un autorobo de su propiedad intelectual y por eso mismo, sé que no presentará cargos, porque disfruta a final de cuentas de la complicidad, de compartir este vínculo criminal conmigo, disfruta del delito tanto como yo. 




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