lunes, 30 de noviembre de 2009

Raíces

Vive en niza, francia. Tiene mi edad y nos conocimos en un vuelo intercontinental. Primera vez que me agrada mi compañera de asiento. Creo vimos una película completa cada quien, pero charlamos 11 horas seguidas. Del amor, de la vida, del amor en la vida.

Ahora la leo a la distancia y la leo rara. Triste. No noto en ella la alegría que me regaló y que hizo más llevadero mi regreso a casa, justo en el momento en el que no quería llegar. Ella me lee y sonrié, creo, desde su hogar francés.

Hoy cociné lo que ella me mandó por mail. Sopa de cebolla. Y no lloré al partirlas, como sé que ella no llorará al leer esto. Es increíble lo cerca que puedes estar de alguién que apenas conoces. En cierta medida, la estimo. En cierta medida, creo nunca volveremos a vernos.

No creo volver a tener la suerte de una compañera de viajes perfecta como ella. 
Pero ella si tendrá la suerte de que en la distancia, todo toma otro valor, otro sabor, aún más intenso que el de los guisos que prepara y que, como la mejor consejera, me mandará para hacer más llevadero mi invierno y mi cocina.




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