Chipirones. Nunca los había comido ni hubiera pensado hacerlo hasta que tú, con tus costumbres adquiridas en no se que jodidos lugares, me forzaste a hacerlo. Sabes que comerlos es lo menos que podría hacer por ti. Mi lista de cosas imbéciles que haría por amor pero más por ti, es inmensa y los chipirones no se acercan a caminar en brasas ardientes.
Anoche revisaba las fotos de una vez que salimos. Es horrible el flash y lo que revela al guardar los instantes que uno pasa en los bares, la penumbra y el humo lo hacen más llevadero, pero nada de eso resiste a la verdad, nada resiste al flash que todo lo ve y que nos muestra el verdadero y horrible lugar en el que estabamos y por el que pagamos tanto. Una mierda. Por eso cuando ya van a cerrar, encienden las luces, las encienden para que nos demos cuenta del verdadero lugar en el que estamos, para que nos demos cuenta de la verdadera persona con la que estamos y del verdadero estado en el que estamos. Una mierda la luz.
Menos la tuya. Que no quema. Que no revela. Que no se apaga.
A menos de que quieras que la apague. En ese caso, procedo ceremonialmente y sistemáticamente a insultarte esperando la mordida de perra brava que tienes por dentro, el zarpazo, el chingazo y el grito que suplica que me vaya, y me voy, porque se que el llanto que derramas es la señal de retirada.Cierro la puerta, te maldigo y me largo, hasta que te acuerdes que ninguna discusion es más grande que el puto pinche cariño que aún me tienes y que te tiene ahí, lamiendote las garras a la espera del nuevo encuentro, ese que creo es el mismo pero nunca ha acabado.
Cuando me llamas siempre voy. Flojito y cooperando. Soy bien pinche fácil. Soy como me educaste. A responder a tus dedos tronando, a tu silbido secreto, a tu suspiro incompleto.
Cuando quieras, quiero. Cuando quieras. Quiere.
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