El jueves 20 de diciembre del 2007 a las 11:08 de la mañana desde Monterrey, México, una chica se había comprometido a ir por mi al aeropuerto.
A ambas, cuando son las 3:52 de la tarde del lunes 23 de noviembre del 2009, las sigo queriendo y para una de las dos, ya no existo. La otra nomás se hace la difícil.
Borro mails antiguos los lunes que son relajados, pero por más que me he desaparecido mails y mails, esos dos no puedo borrarlos porque ambos reflejan que al menos, por un breve momento, fui tan importante como para recordarme y extrañarme en otro continente o tan importante y querido como para tomar un pequeño compromiso pero a la vez tan importante como lo es recibirme en el aeropuerto.
Ambas ya no están y yo tampoco estoy. A la distancia y en el olvido, el pasado es un vacío inmenso que no lleno ni con todas las palabras que he escrito en la larga lista de computadoras en las cuales alguna vez he tecleado algo y que comprenden, desde la primera PC que llegó a casa de mis padres, pasando por los horribles cybercafés de monclova, o la lujosa y exclusiva computadora de un estudio de postproducción en la Condesa, hasta esta misma en la que me he dado a la tarea de escribir la mayoria de los post que aquí lees.
Algunas veces me pregunto, si aún vivo para ellas en el buzón de Recibidos de sus cuentas de Hotmail.
O si ahora me encuentro y formo parte del Spam, de la cyberbasura, del correo no deseado.
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