4 horas de recorrido y lo más interesante para mí había sido la charla en uno de los descansos, con un par de matrimonios argentinos que creían que yo era brasileño, no se si por mi color de piel o por las chanclas Havaianas que traía. Hablamos como siempre de dinero, de politica, de los problemas que como latinoamericanos compartimos, de las esperanzas, de la comida y de todo lo que puedes hablar con desconocidos. Unos eran profesores de una universidad en La Plata, la otra pareja eran argentinos radicados en Marsella que recorrían juntos, compartiendo gastos supongo, el tour por el sur de España.
Los profesores me recordaron a mis padres. Agradables, conversadores, simpáticos pues.
Y fuera de ahí La Alhambra no me había cambiado la vida esa mañana y que mal, porque tenía solo dos horas más en Granada antes de partir rumbo a Madrid a pasar la noche y regresar ami país tres días después desde Barcelona conectando Londres.
Estaba lejos de casa pues.
Siempre me han dicho que los hombres japoneses son muy secos, que tratan a las mujeres como inferiores, que no quieren, que todo es trabajo y que sus mujeres, a pesar de ser emprendedoras, trabajadoras y muy inteligentes, dejarían todo por seguir al hombre de sus vidas.
Eso lo he leído en blogs y en libros y lo he visto en el noviazgo que lleva uno de mis mejores amigos con su chica japonesa que los ha hecho enamorarse en Toronto y vivir alejados de sus patrias pero formando una nación nueva, la de ellos.
Pero toda la percepción que tenía se derrumbó y pude ver, una de las imágenes más tiernas que me llevo de mi viaje, teníamos un chofer que manejaba intrepidamente por las estrechisimas calles de esa ciudad y como destino final la plaza Isabel La Católica, el tipo venía como un loco y cantando sin preocuparse que los que no veníamos sentados hicieramos el máximo esfuerzo por mantener el equilibrio. A mi lado iba Gabriela, mi amiga mexicana radicada en Madrid y quien me dió asilo y su amistad durante los días que fuimos viajeros, al lado de ella una señora estereotípicamente española y frente a ella, una pareja japonesa, muy jovenes, ella líndisima, creo la mujer oriental más guapa que he visto en mi vida, su chico no era el hombre más agraciado creo, pero tenía esa elegancia y buen sentido de la moda que tienen todos los hombres japoneses y que envidio cuando al llegar a mi closet veo que mi ropa, aparte de vieja, es fea.
El Alhambra-bus 312 frenó para no impactar a un motociclísta que no había respetado un alto, todos perdimos el equilibrio, yo choqué con Gabriela, ella con la señora española y la chica japonesa a punto estuvo de caer, pero el brazo de su chico la sujetó fuertemente evitando con esto la caída, con el brusco movimiento, la chica había perdido sus lentes que cayeron por una rendija de la puerta que no había cerrado del todo, el chico japonés pidió que el bus se detuviera y corrió hasta el punto en donde los lentes de su chica habían caído. Los tomó y regresó rápidamente al bus. La chica lo miró con tanto amor que sentí envidia. Ojalá algún día alguien me mire así.
Bajamos del bus y supe que Granada me había servido mucho después de todo y que la impresionante construcción mora que acababa de ver hacía unos minutos, no se comparaba con la majestuosidad de una mirada llena de amor.
Camino a Madrid soñé con la chica japonesa, su piel blanca, sus ojos, su sonrisa. Ojalá su chico la quiera siempre como la quiso esa tarde.
1 comentario:
El amor es asi, inmenso y el mejor momento para amar es ese, cuando se ama, la eternidad es solo ese instante... Saludos.
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