viernes, 4 de diciembre de 2009

almibar

Uy está hasta arriba¡¡¡

La chica de la mercería del pueblo era la más guapa, un rayo de luz y de esperanza, la prueba fehaciente de que la naturaleza cuando da, da y bien.

Chilo siempre la quiso, al principio siendo niños, con la ternura con la que se quiere a la mejor amiga, a la que se le guarda el lugar en el camión escolar, a la que se le acompaña a casa y se le regala la última galleta de avena y miel. El tazo más preciado, ese, el díficil de Taz con gorra para atrás.

En la adolescencia, con el calor que provocaba en él cuando la tomaba por la cintura al bailar, esas cosquillas del infierno y la consecuente elevación de lo que no debe elevarse en público. Pero la quería bien, como quien quiere soñar que puede ver el sol a los ojos y no se quema.

Siempre el sueño de Zulema y su piel blanca, en un pueblo de morenos como Chilo, ella era la guerita de la clase, la reina de la primavera que lleva un lazo en la cabeza y como regalo se da a los alumnos para que la admiren cuando camina y rompe en dos las filas del ejército de púberes que pululan siempre con la esperanza de que ella alguna vez los mire.

Chilo lo sabía y por eso fue su fiel compañero, su amigo más cercano, el confidente de secretos íntimos y privadísimos, el pendejo que no saldría de amigo. Chilo lo entendía y tomaba su papel con la dignidad con la que puede hacerlo el rival que va perdiendo 8 a 0 en el primer tiempo. Chilo mira el suelo donde las hormigas lo comprenden en sus sueños de hormiga.

Chilo sigue con la mirada el rastro que las hormigas van dejando por el estante viejo en donde guardan las conservas de la mercería de Doña Zule, la madre soltera de Zulema, las hormigas le hablan y le dicen "siguenos Chilo, sabemos lo que quieres, tú no hagas pedo" y él, con la mirada sigue que las sigue y en eso, las piernas de Zulema arriba de una pequeña escalera, buscando en los estantes del medio un frasco de cerezas en almibar que la mamá de Chilo le mandó traer. En eso Zulema sube sus piernas un escalón más arriba y Chilo pudo por fin ver el sol. El sol de la semidesnudez de Zulema, el secreto oculto de su falda con dobleces. Ningún almibar le iba a saber también como lo que sus ojos acababan de probar. 

Por esas cosas, Chilo decía..."bueno pues, mejor esto que nada". Pequeñas batallas que nunca lo llevaban a nada, pero que al menos, por ese día, le daban la confianza de que no había sido un día más tirado a la basura. A la basura del anonimato que brinda la confianza de la falsa máscara que los hombres tímidos como él, se crean. Esa máscara que le dicen "el mejor amigo".


No hay comentarios: