Esperandola a ella, tenemos 13 años y nos vemos en la casa de una amiga de los dos, sus padres no están, sale con un vestido floreado y yo la observo y es la primera vez que me doy cuenta de que tengo un corazón que se mueve por y con ellas. Tengo 13 años y toda la vida para enamorarme. La tomo de la mano y la beso mientras la amiga en común nos espía tras la cortina de la cocina y en la mesa de madera hay una jarra de limonada con hielos. Un canario agita sus alas en la jaula en cámara lenta.
Hablando con ella, ceno un sandwich de jamón y queso mientras estoy al teléfono contándole las cosas que ya le había contado en persona, mi madre me grita que cuelgue pero no la escucho, sólo la escucho a ella y cuando habla, quiza percibo a través de la bocina, el olor a chicles de mora azul, el olor de sus besos, su lengua humeda y caliente en mi boca, mis manos nerviosas en la oscuridad del cine. No cuelgo el teléfono, la llamda dura para siempre.
En la cama con ella, me besa los ojos y me dice al oído que me quiere, que la quiera siempre, rodamos por la cama, nuestra ropa en el suelo y nuevas sensaciones me recorren, me liberan, tiemblo de nervios y su cuerpo salado es un camino sinuoso. Su cuerpo desnudo sobre mi se vuelve eterno.
Leyendo un mail de ella, sonrío cuando me cuenta que el master en Madrid va mejor de lo que pensaba, leo también entre los muchos Te Quieros, que ya no volverá siendo la misma, adivino entre las letras que componen su largo correo, que se ha enamorado de un español. Tuve suerte, pensé, fue bueno dejarla antes de que todo pasara y no pudiera solucionarlo. En el cybercafé donde estaba, entra una brisa de cabellos rubios y discusiones en un taxi. .......@hotmail.com se me queda en la memoria.
En el metro con ella, traigo bajo el brazo una edición de un libro de Pérez-Reverte y la abrazo fuerte para que no caiga, chica de la udem en metro, le digo al oido que siempre la voy a querer, lo cumplo. Ella me toma de la mano y caminamos por la estación Félix U. Gómez, bajo las escaleras sujeto de una mano que no voy a soltar, ni aunque nos separen los años, las personas, la distancia. Nuestros converse bajando por la escalera no dejan de bajar nunca.
En la oficina sin ella. Recordándola en sus muchas formas y personalidades. Colores, olores, sabores, momentos, espacios, siluetas, manos, ojos, vestidos, zapatos, voces, gritos, llantos, te quieros, noches, días, tardes, coches, sonrisas, que pasan por mis ojos como una tormenta desbordando una represa, como una estampida de bufalos que se impactan contra un muro, como un rosario interminable de silencios. Tuve suerte. Tengo suerte. Tendré suerte.
En la oficina, yo.
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