Siempre me he sentido ligado a los caminos. Desde niño. Mi padre nos llevaba a mi familia y a mi al rancho familiar en un pueblo cercano a mi ciudad. Dos horas y media de camino por una carretera terrible. La ausencia de una buena señal de radio no nos permitía distinguir una canción completa, el pequeño y modesto coche familiar era un punto que se movía en el horizonte, 5 personas unidas por un vínculo indestructible. La familia. El camino.
No he dejado de viajar y no quiero dejar de hacerlo. Sigo en movimiento cada día y cada día dejo kilómetros detrás de mi, mi coche me lo indica, mis tenis gastados también, los recuerdos de las personas que he conocido lo confirman aún más.
Cuando viajo, me siento más vivo. Más yo. El único problema es que siento que aún no llego a mi destino, que es un destino que se mueve y se pone más lejos. Cada vez más. Y no se si es un lugar o un momento o una persona. O quizá es los tres a la vez y no me he dado cuenta y lo que es peor, quizá ya pasó y rebasé a mi destino y eso me encabrona y me desorienta y desearía tener una brujula y una libreta en donde hubiera anotado cada momento de mi vida y poder regresar al punto en el que todo comenzó a defragmentarse en miles de bifurcaciones, de caminos cerrados, de vueltas en U, de esperanzas disueltas en agua, de retazos de tiempo que caén como ceniza volcánica en mis pensamientos...pero no se puede. Porque eso no existe, porque el camino sigue y yo sigo con él, esté o no en la ruta correcta.
Hoy sólo tengo el consuelo de que a mí, ..... ...... me gusta viajar.
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