Una vez me fuí de misiones con uno de mis mejores amigos en el mundo. Dos chavos de la UNI en las misiones católicas del TEC. Morenitos pues.
Lo hicimos por lo que obviamente siempre ha sido nuestro motor. Las mujeres. Ambos tenemos el corazón inmenso y somos de fácil enamoramiento. Si una chica linda nos sonríe valió madre. Ambos caemos prendados y hemos llegado algunas veces a discutir por sus cariños, pero al final, cuando ninguno de las dos lo logra, volvemos a ser lo que siempre seremos. Amigos de toda la vida.
Hoy que hace un frío maligno aquí en mi ciudad y que él está en un lugar aún más lejano y frío como lo es Toronto, recuerdo ese viaje.
No la misión. EL VIAJE. Ambos, par de idiotas, decidimos que la ciudad de Mazatlán estaba mucho muy cerca de El Salto, Durango, y tomamos nuestras cosas, nos dimos un abrazo llenos de polvo y dijimos. Vamos.
Tomamos un raid en un camión de mudanzas en el cual casi morimos del susto, dos veces estuvo a punto de desbarrancarse en el Espinazo del Diablo, yo dormía, el rezaba, yo rezaba, el dormía. Llegamos a Mazatlán ya de noche y no teníamos donde quedarnos. No conocíamos a nadie y sólo teníamos 200 pesos para toda la vida.
Cenamos cacahuates viejos y galletas aplastadas. Dormimos en el suelo y al despertar, a las 6 am, cuando empezaba a amanecer. Dejamos las cosas y nos fuimos corriendo a la playa. Ambos teníamos 18 años. Corrimos y respiramos la sal que corre por las calles, vimos las palmeras moverse con el viento y el sol aparecer frente a nuestros ojos. Nos detuvimos en seco. Eran las 6:03 de la mañana de un sábado en Mazatlán. Lo vimos una vez más pero siempre parece que es la primera. El mar.
Dos niños corriendo al agua, quitandonos la camiseta y en jeans entrando al frío del agua. Todo para mi era una película, todo para mi era tan perfecto como la ficción. El agua salada y la arena aún fresca. Una señora que pasaba corriendo y para quien el mar y nuestra aventura le eran indiferentes, nos hizo el favor de tomarnos una foto. La posteridad de una de mis mejores mañanas.
Esa tarde tomabamos cerveza Pacífico con arena y fumabamos Delicados húmedos. Bajo el sol de Mazatlán. Lejos de casa. Lejos de mis 27 años en un frío Monterrey. Lejos de Toronto en invierno.
Hoy quise sentirme de 18 años, al menos en este blog.
3 comentarios:
la frase es el corazon tiene que la razon desconoce pero va
yo siempre antes de dormir doy gracias y pienso en un creador cada ves que admiro algo
la religion separa la espiritualidad une
saludos y el libro es el pabellon de oro
lo vuelvo a leer...
es lindo. es un recuerdo. es pura emoción sin pretensiones literiarias. Uno de tus lados. tq.
Vale viejo, justo ahora tienes la mitad de lo que deseas.... bueno te dejo, tomare un "raid" al mundo de las fantasias.
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