miércoles, 19 de diciembre de 2012
De silencios
Puedes conocer a alguien y nunca acabar de conocerlo, pero si pones atención, siempre hay cosas que delatan lo que pasa, que te van diciendo con un altavoz que las cosas no están bie, son banderas con señalamientos fosforescentes y antorchas que te gritan "haz algo", "lo que crees no es real", "ella no te quiere".
Desaparecer es una gran señal. Dejar de responderte el teléfono. Espaciar las vistas. Fingir demencia a las preguntas. Dejar de darle likes a tu FB. No tener tiempo para un RT o un FAV, idioteces tecnológicas pues. De sexo mejor ni hablamos.
Pero nunca vemos nada. Seguimos ahí, hasta que el tren se haya estrellado, hasta que la casa se haya quemado, hasta que uno de los dos se haya desangrado en el lavabo y no tenga voz ni fuerza para intentarlo una vez más.
Todo tan callado. Tan quieto.
lunes, 10 de diciembre de 2012
tres
Hoy renové mi pasaporte. Un trámite bastante sin chiste que me llevó dos horas en las oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores más cercana a mi casa, las cuales están ubicadas en la parte más alta del edificio Armand, un lugar en el que lo mismo hay oficinas de Gobierno, que un gimnasio o una tienda de camisas de colores horribles.
Llegué y en lo que me recibía, recorrí con la vista los sellos de los lugares que visité en el transcurso de tres años, la entrada un 15 de septiembre a Barcelona y mi posterior salida desde Londres un 30 de septiembre, (solo), mi viaje a Montevideo a filmar un comercial en febrero del 2010, (solo), mi sello de entrada a EU un 15 de septiembre del 2011, (no solo).
Tres años en los que me pasaron tantas cosas que nombrarlas es perder el tiempo. Tres años de paísajes increíbles, de dudas existenciales, de logros personales, de miradas cómplices al abandonar un hostal en Cadaqués, de frío en el lobby de un hotel frente al Mar del Plata, de tequilas horribles en un bar de Austin.
Tres años, siempre renuevo el pasaporte cada tres años, me parece un momento de tiempo justo en el que mi rostro no ha cambiado tanto en la foto y que me ayuda a no deprimirme tanto por los escasos destinos visitados en más de mil días. Tres años es el tiempo perfecto para cambiar a medias.
La próxima vez que vaya, en tres años, tendré treinta y tres años y quizá nuevos sellos en mi pasaporte.
miércoles, 5 de diciembre de 2012
Destiempo
Para llegar tarde también se requiere puntualidad.
No todos pueden hacerlo.
Es un ejercicio complicado.
Retador.
Un equilibrista sobre un edificio.
Llegar tarde es un don de Dios.
Saber perder
El último libro que he leído se llama así, "Saber perder". Es de David Trueba, escritor español que también dirige películas de guiones que él mismo escribe.
El título era lo que más me llamaba la atención, ¿sabemos perder? ¿sé perder?
Yo creo que no, nunca he asimilado las derrotas como debo, ni en la cancha cuando mi equipo es goleado, ni las juntas cuando la campaña no se ha vendido, ni en el amor cuando me han cerrado la puerta en la cara.
Saber perder.
Hoy me dijeron que no tenía un futuro (específico en mi vida).
Lo comprobé después por mensaje de texto que tenían razón.
No había pasado ni una hora.
No había futuro.
Lo peor es que ya me lo habían dicho sólo que como siempre, no supe perder.
martes, 4 de diciembre de 2012
Tesoros
"Una vez al año" "La verdad no siento nada" "Todo pasa"
Elijo las tres últimas frases de las tres conversaciones simultáneas que tengo con tres mujeres completamente diferentes, tres puntos de vista de tres cosas que no tienen nada que ver.
Estoy alejándome de la orilla. Avanzo y no sé. Todo deja de detenerse como antes y comienza a caer al mar. Estrepitosamente. Escandalosamente.
Recuerdos que se desgajan, estatuas de momentos y pinturas de instantes.
Todo cae al mar y se hunde. Yo sigo a flote. Tengo suficientes salvavidas y cuerdas como para salvarlo todo. Dejo que se pierdan como barcos antiguos llenos de tesoros. Quizá alguien los encuentre después y se vuelva rico. Un cazador de fortunas. Un buscador de tesoros. Yo no. Dejé de acumular. Solté amarres.
Viajo ligero. Con menos equipaje del que me permiten en la opción light para volar. Una muda de ropa, un teléfono, mi cepillo de dientes y un libro que hoy, me aconseja cuando veo todo lo que puede destruirse por tener miedo.
Las palabras de los escritores siempre me han llevado, son la Rosa de los Vientos de mis dudas. Los autores caminan adelante, encienden antorchas de oraciones el camino no se ve tan aterrador.
"Pues si" "Como el 12" "Todo pasa"
Dos conversaciones avanzaron, una no.
Tan parecido a la vida real.
martes, 27 de noviembre de 2012
Me dijiste
Me dijiste una vez que todo seguiría, que pasara lo que pasara siempre nos tendríamos ahí, siempre estaríamos repitiendo una y otra vez ese primer abrazo, ese tiempo detenido de cielo despejado y 2% de probabilidades de lluvia, de silencios nada incómodos, de noches interminables.
Me dijiste que la primera canción que escuchamos juntos duraría una vida, que sería el intro de un sitcom con 79 puntos de rating, que las velas de los barcos siempre te llevan a buen puerto, que las miradas que nos dábamos siempre iban a estar ahí.
Me dijiste que no pasaría más de un mes sin escribir y no lo hago desde el 2 de octubre, a partir de ese día se me olvidó.
Me dijiste, te dije.
Se dijo.
martes, 2 de octubre de 2012
Se detiene
Los relojes se detienen ante la proximidad de un imán, ante los avistamientos de fenomenos paranormales o por los simples designios de Dios.
Los relojes pueden detenerse pero no el tiempo, no los momentos, no las palabras dichas que se desbordaron como caudal por el agujero que tenemos por boca, no los accidentes, no el "si tan sólo" y menos el "si yo hubiera".
Eso, todo eso no se detiene.
Avanza y se prende de las cosas, crece como hiedra en los muros de una casa abandonada, crece y crece.
Crece el desamor.
Crece la soledad.
Crecen los relojes a la orilla del camino, perpetuamente detenidos. Inmaculados. Reflejando el sol como girasoles de minutos. Segundos que no transcurren, espasmos de tiempo que permanecen.
¿Y si nos juntamos a detenerlo todo?
Tú con tu frialdad.
Yo con mi silencio.
Señorita Hielo y Mr. Freeze
Una ventisca cierra la puerta para siempre. Cierren que llueve y graniza. Cierren que aquí se acabó la función.
Los relojes aún conservan un poquito de escarcha entre las 12 y las 4.
martes, 25 de septiembre de 2012
Casi nada
Un espejo reflejando a otro espejo. Una sucesión de reflejos que no se acaba, se pierden nada más.
Las últimas palabras de un hombre en el lecho de muerte, huecas y sin sentido como preguntar en dónde está el control remoto.
El peluquero que sin clientes lee y relee una vieja revista de chismes, dibuja bigotes al azar y ríe para sí mismo.
Los perros que caminan debajo del puente y beben agua del charco en el que flota una botella de PET.
El niño que no puede dormir el domingo porque ha recordado que no terminó las planas de la letra "O" que le pidieron en la escuela y sabe que al día siguiente tendrá que mentir y que esa mentira se convertirá en pecado y el mismo miedo que siente ahora lo sentirá la noche del sábado antes de la confesión del domingo.
Las montañas vistas desde la ventana del avión y la duda de si tomarle una foto o no.
El silencio que se crea al atorarse una puerta giratoria con nadie adentro.
El punto final con el que se cierra este texto.
Casi nada.
jueves, 20 de septiembre de 2012
Desde el mar
Recibí una llamada a media tarde, estaba en la Ciudad de México, en el departamento que rentaba en una colonia llena de familias, buscando quizá a mi propia familia dentro de todas las conversaciones que escuchaba en los restaurantes, en la tienda, en el parque, en más de una ocasión creí escuchar ese tronido de dedos que hacía mi padre cuando quería que me apurara o incluso llegué a sentir en el hombro la mano de mi madre diciéndome que yo podía con todo.
Buscaba a mi gente en otra gente.
La llamada me informaba que tenía al fin la casa de mis sueños. Una pequeña casa en la playa, en donde la arena a veces se colaba y donde no había más ruido que el que provocaban las olas cuando golpeaban a lo lejos, con rocas inmensas que parecían que todo lo encerraban. Encerrarme, eso quería.
Mi hermano me llamó para decirme que el trato estaba hecho, desde hace años es el apoderado de mis decisiones,tomé un vuelo al pueblo en donde estaba la casa. Era un pueblo pequeño, más parecido a una villa que a un pueblo, lleno de gente que no preguntaba por ti, creo que era un pueblo a donde la gente iba a desaparecer, a que el agua los erosionara hasta que no quedaran ni los huesos. Me gustaba la idea de erosionarme ahí. Lejos de los tronidos de dedos de mi padre, lejos de la mano de mi madre.
Llegué y me entregaron las llaves, grandes, pesadas, era la primera vez que estaba ahí, la casa la había comprado con sólo ver las fotos, la compré porque en la descripción incluyeron un archivo de audio que decía: "A esto suenan las mañanas". Era un compendio de sonidos variados, aves, gritos de niños jugando, el viento en los árboles y al final, el mar. Yo quería que eso fuera lo que oyera al despertar y ahí estaba después de meses de negociaciones, recibiendo esas llaves, recibiendo esa casa y esos sonidos.
La casa necesitaba arreglos, tenía un hueco inmenso en el techo por el que se colaba el sol durante gran parte del día, lo observé y me pareció un canal a Dios, después reí y decidí repararlo. Fui al pueblo y compré lo que necesitaba para hacerlo, me trepé en una escalera y comencé a tapiar el techo. Sonó mi teléfono, dejé que sonara y al contestar, escuché la voz de otro de mis hermanos, el que nunca me llama, el que juró que sólo lo haría cuando fuera estrictamente necesario porque en su percepción de la hermandad no necesitabamos escucharnos, ¿para qué hablarnos si podemos pensarnos?.
Me dijo que mi padre, nuestro padre, acababa de morir.
Colgué el teléfono. Regresé a tapiar el techo.
Viajé a primera hora de la mañana a mi ciudad, una ciudad lejos del mar, metida en la sierra, en el calor, en los recuerdos. La noche que pasé después de la noticia fue hermosa. Descansé en el mar, escuchaba a las gaviotas, mi padre estaba conmigo en espíritu y lo sentí. El tronido de dedos rompía la noche, inmenso, como un trueno. Comenzó a llover.
Llegué al funeral y lo vi dormido, lejano, coloqué una moneda en su bolsa izquierda, ¿qué tal que necesitaba pagar el pasaje? Lo amé más que nunca, a pesar de todo lo que nos separó, lo amé, el agua del mar que llevaba guardada en mí por la noche anterior, brotó de mis ojos y cayó sobre los suyos. Juro que escuché una gaviota entrar al salón y salir volando por la ventana.
Regresé a mi casa en la playa. Llevaba aún el traje del funeral, estaba solo, un poco más solo ahora, un poco más huérfano.
Me quité los zapatos y caminé a la arena. Me senté ahí a ver el cielo que se pintaba de rojo. Me quité la corbata y el saco y entré al mar con pantalón y camisa. Nadé horas. Las lágrimas que había traído del funeral brotaban de mis ojos y se mezclaban en el agua del mar. Juro que escuché sus dedos entrar al agua y salir en una ola.
Mi casa en la playa, mi padre en la playa.
jueves, 2 de agosto de 2012
De cuando
Cuando pensabas que lo tenías todo.
Cuando despertabas sintiendo que estabas completo.
Que las cosas eran perfectas.
Que sólo había tréboles de 4 hojas en la acera de la casa.
Que los veranos eran eternos y los inviernos un parpadeo.
Cuando más seguro te sentías.
De pronto, el cielo se cae y te aplasta.
Y terminas con plumas de ángel en la boca y los dientes rotos como teclas de piano en una caricatura.
Terminas convertido en la persona que no querías.
Terminas terminado.
De cuando eramos más pequeños.
De cuando estabamos los dos.
De cuando los pinos no se doblaban por el aire.
De cuando no dormíamos.
De cuando nada.
jueves, 12 de julio de 2012
De los dragones
Dejé de soñar con dragones a los 17 años. Fue justo el Sábado de Gloria, había tanto por hacer que dormí sin sentir el aleteo golpeandome en la cara, moviéndome el pelo, quemándome los ojos con sus respiraciones. Eran grandes sueños los sueños de dragones.
Volábamos todas las noches y los paisajes cada día cambiaban. Los escenarios no se repetían y lo que ibamos descubriendo nos sorprendía más y más. Yo quería que mis sueños de dragones no dejaran de suceder, pero pasó. Se fueron y no regresaron.
Yo los maldije desde mi cama, nunca más hijos de puta, le dije al aire y ellos entendieron y me dejaron en paz. Sin despedidas, sin abrazos, sin nada.
Así me quedé.
En el vacío de los sueños eróticos comunes, en la trivialidad del vértigo de los sueños en los que caes, en el predecible terror de las pesadillas de asesinos. Pero no había más dragones. Ni uno solo. Se extinguieron para siempre y con ellos lo que quedaba de niño en mí.
Hasta hace 3 días. Entré a mi casa, la cual habito solo yo y pude sentir a uno de ellos, la estancia estaba cálida pero no como siempre, un calor acompañado de un rumor de respiraciones lo invadia todo. Sentí algo que creí olvidado, corrí hacia allá pero no había nada. El vacío. El pinche vacío.
Hoy creo que soñaré con dragones de nuevo.
Me he tomado todos los calmantes y he bebido todo el alcohol que hay en la casa. Hoy los sueño porque los sueño hijos de puta, así no vuelva a despertar jamás.
martes, 3 de julio de 2012
De los pendientes
La revolución no se televisará, se twitteará y pasará de mano en mano a través de teléfonos celulares y callará todas las bocas que tenga que callar y los dedos y las voces serán las balas de los que odiamos la violencia y de los que no queremos que todo explote y que el olor de la polvora quemada nos impregne la ropa como perfume de Paco Rabanne y nos de alergia y nos haga llorar con la sola idea de que las tumbas clandestinas llenen los campos y el trigo y el maíz crezcan con sangre y el sabor del óxido y el adn nos convierta en hombres que comen hombres y terminemos todos con hemofília y nos desangremos en un río interminable de heridas que no cerraron ni cerrarán.
Tengo miedo de que pase lo que tenga que pasar y al final no pase nada y la apatía me convierta en mi padre sentado en su sillón. Y las canas me llenen los ojos y me hagan la voz inaudible y nadie me escuche gritar.
No quiero que pase la revolución por mi casa y no me encuentre ahí y no me pueda unir como fila de conga en boda, quiero que la revolución me lleve aunque no me pueda mover.
lunes, 25 de junio de 2012
Encontrar
Somos millones de millones de millones de millones de millones de fragmentos, de partículas que flotan y se elevan en este caldo de cultivo del universo. Somos un compuesto de sólidos con líquidos y gases que se aglomeran y conjugan.
Somos años de historia evolutiva y constantes cambios en la estructura microcelular.
Somos cambios en el orden de las cosas.
El zarpazo de un puma al viento.
El otoño que se escapa por una rendija de la puerta de entrada de la casa de un amigo.
Somos una constante en constante.
Una detención.
La irrupción ilegal de Dios en un estanque.
Y no somos.
viernes, 11 de mayo de 2012
De repetir
Aún lo recuerdo bien.Hacía mucho calor, calor típico de allá. Estábamos sentados tomando café frío en un Starbucks. Las manos tomadas. Más bien, una tomando a la otra. Comenzó a hacer frío en la ciudad. Debí de haber notado la ventisca polar que iba congelando las calles a su paso. Creo que incluso alcancé a ver a un par de osos blancos moviendo con sus garras un viejo auto estacionado.
Hacía tanto frío que debí de haberlo notado. Ella me miró y señaló mis tenis.
Yo la miré y señalé el futuro. Ella no me creyó.
¿Qué garantías tenía?
¿Por qué creer en una empresa tan de subida?
Ella me pidió que la llevara a su casa.
La dejé en la puerta y entró.
Cerró y comenzaron a caer del cielo todos los rayos del mundo.
La estratosfera era un campo extraño y ajeno.
Conduje a casa esquivando animales que escapaban de zoológicos.
No tuve defensa.
La única que tenía era mi orgullo de decir que usaba Adidas, no Converse.
De eso hace años.
Hoy traigo Converse.
Dicen que quien no aprende de sus errores, está condenado a repetirlos.
Escucho en youtube "We are young" de Fun.
"Tonight, we are young" dicen.
Esta noche estaré en casa repasando la estrategia.
Recorriendo los caminos y viendo donde fallé.
Esta noche es crucial.
Esta noche no soy joven.
No encenderé el mundo en llamas.
No brillaré más fuerte que el sol.
Esta noche me quedo para quedarme.
lunes, 23 de abril de 2012
Mentira
Es Navidad, son las 2 de la mañana del 25 de diciembre del 2009. Mi familia acaba de pasar una noche de cenas, alcohol, rockband, más alcohol y sobrinos.
Salgo a la cochera. Enciendo un Lucky Strike con un encendedor que tiene grabado el nombre de una empresa constructora que por un tiempo fue cliente mio.
Hace frío.
Me cubro del frío.
Sale un niño de la casa. Tiene 4 años. Me pregunta que qué hago ahí.
Le digo que congelarme.
Ríe y se mete a su casa.
Sale la mamá del niño.
Tiene 27 años.
Me pide un cigarro.
Le doy uno y lo enciendo.
Platicamos del frío. De la cena. De los regalos del niño.
Tiene frío.
Se cubre del frío.
Sale mi madre de la casa. Apago mi cigarro y me dice que nos iremos de ahí en media hora.
La chica me pide que si por favor la llevo a su casa.
Me queda cerca de mi casa.
Accedo.
Voy adentro y le digo a mi madre que acompañaré a la chica a su casa. El niño está dormido en un sillón. Lo recoge. Le ayudo con los juguetes y con una botella que quedó sin abrir.
Nos despedimos de todos.
Sube a mi auto.
Conduzco casi en silencio.
Ella no dice nada.
La dejo en su casa. Me pide que entre.
Dejo al niño en su cuarto.
Me despido de ella en la puerta de la casa.
Subo a mi coche.
La observo a través de la ventana.
Enciendo mi coche y me voy.
La casa en donde la dejé es la de mi abuela.
La casa de mi infancia.
La mujer que llevé a su casa es mi prima hermana.
Crecimos separados.
La vida nos llevó a distintas ciudades.
El niño es su hijo.
Mi sobrino.
Es la cuarta vez que lo veo en mi vida. Una por año.
Una semana después, justo antes de tomar el vuelo que me llevara de regreso a mi departamento en la ciudad en la que vivo, tomo un café con mi madre en el aeropuerto.
Está seria.
Ella no es seria.
Me pide que le diga la verdad.
Que le diga si algo pasó entre ella y yo.
Le digo que no sé de lo que hablo.
Ella me dice que lo que hicimos está mal desde cualquier punto de vista, el religioso, el moral, el genético.
Le digo que si ella piensa que pasó algo entre ella y yo, le pregunte a ella para que vea que es mentira.
Ella fue la que le dijo esa mentira.
Mi madre ha dejado de creerme.
Mi prima ha mentido y me alejado de mi madre.
¿Por qué?
No lo sé.
¿Por qué no?
miércoles, 21 de marzo de 2012
De los recuerdos
Yo sé que creces cada vez que yo desaparezco.
Cada vez que me estrello contra los muros de hielo que has construido sistemáticamente, psicóticamente, desafortunadamente, desde que te decepcioné al no ser lo que tú querías.
Yo sé que creces.
Te llenas de lo que a mí me hace mal.
Te satisface verme caer desde el piso 33.
Ves por la ventana mientras sostienes un trago cómodamente en un sillón, mientras al fondo, proyectan en una vieja televisión, una película de Luis Aguilar.
Yo caigo.
Me ves.
Sonríes.
Eres el toro que me ha atrapado.
Una trampa de osos que me inmoviliza.
Mi arena movediza personal.
Mi desvelo y mi muerte.
He hecho y deshecho contigo lo que he querido y lo que no.
Me has orillado a destruirte y matarte cada noche.
Pero renaces y yo no.
No te voy a perdonar porque no puedo perdonarme a mí mismo.
Por eso prefiero vivir como si tú no existieras.
No hay rastro de ti en ningún lado.
No vas a ganar.
No me vas a ganar.
No vas a crecer.
Te lo ordeno.
Yo mando.
No tú.
Tú estás muerto.
Yo estoy muerto.
Padre nuestro que estás en el cielo.
Santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase señor tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día
Perdona nuestras ofensas.
Mejor no.
Cada vez que me estrello contra los muros de hielo que has construido sistemáticamente, psicóticamente, desafortunadamente, desde que te decepcioné al no ser lo que tú querías.
Yo sé que creces.
Te llenas de lo que a mí me hace mal.
Te satisface verme caer desde el piso 33.
Ves por la ventana mientras sostienes un trago cómodamente en un sillón, mientras al fondo, proyectan en una vieja televisión, una película de Luis Aguilar.
Yo caigo.
Me ves.
Sonríes.
Eres el toro que me ha atrapado.
Una trampa de osos que me inmoviliza.
Mi arena movediza personal.
Mi desvelo y mi muerte.
He hecho y deshecho contigo lo que he querido y lo que no.
Me has orillado a destruirte y matarte cada noche.
Pero renaces y yo no.
No te voy a perdonar porque no puedo perdonarme a mí mismo.
Por eso prefiero vivir como si tú no existieras.
No hay rastro de ti en ningún lado.
No vas a ganar.
No me vas a ganar.
No vas a crecer.
Te lo ordeno.
Yo mando.
No tú.
Tú estás muerto.
Yo estoy muerto.
Padre nuestro que estás en el cielo.
Santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase señor tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día
Perdona nuestras ofensas.
Mejor no.
lunes, 23 de enero de 2012
Milenio
No olvido la última noche del milenio pasado, de la misma forma que nadie olvida lo que nos pasó durante esas horas.
Estaba en la calle, buscando algo que hacer, donde pasar la noche más trascendental (al menos en cuanto a fechas) que iba a vivir hasta ese día.
Nada. No había nada.
Muy joven para ir a un bar.
Muy viejo para quedarme en casa.
Salí y busqué un taxi, no había y caminé a casa de uno de mis mejores amigos quien estaba en el porche de su casa bebiendo directamente de una botella de vino tinto que había robado de la fiesta familiar a la que fue. Un vino horrible de 76 pesos en Wal-mart.
Bebimos hasta terminar la botella, fumamos un par de lucky strikes cada quien y nos subimos a su viejo Atlantic sin dirección hidráulica. Bajamos los vidrios del coche y en el frío de la noche de Monterrey comenzamos a gritar Feliz año! a todos los caminantes que como nosotros, buscaban donde pasar la última noche del Milenio.
Nos detuvimos en la casa de un amigo que parecía tenía fiesta familiar, gritamos para que saliera, se asomó por el balcón y nos invitó a entrar.
La mayoría de su familia bailaba completamente alcoholizada, nos reímos de ellos y aprovechamos que nadie nos veía para robar de las bolsas de las tías, algunos billetes y cigarros. Nos despedimos de nuestro amigo quien nos regaló lo que quedaba de una botella de vodka
El Atlantic avanzó y nos detuvimos en una tienda, compramos cervezas y coca-colas. Le dijimos a la dependienta que cerrara y se fuera con nosotros a festejar el inicio del año. Sorprendéntemente dijo que si. No era fea ni bonita, era pues, interesante.
Nos estacionamos afuera del zoológico, no había ningún guardia cerca. Mi amigo comenzó a besar a la chica y yo me aburrí, bajé del coche y comencé a tirar piedras a los letreros de la entrada. Piedra tras piedra comprobé que no había guardias cerca. Salté la reja y entré al zoológico con la botella de vodka y un cigarro encendido. Los animales no estaban en sus jaulas, estaban encerrados en esos lugares en donde duermen y me sentí triste, decepcionado de haber llegado ahí y no poder gritarle nada a los leones. Mi amigo y la chica de la tienda entraron. Me vieron sentado en una banca observando el espacio vacío en donde deberían estar los monos. Me dijeron que nos fueramos, les dije que se largaran, que no me iría de ahí sin ver un animal.
La chica dijo que en los árboles había ardillas. Reímos.
Ellos se fueron, me quedé en el zoológico, pasé por el serpentario, nada. En el acuario, nada. Rastros del espacio que dejan los animales cuando no están. De pronto, justo al salir, en uno de los pasos peatonales del zoológico había un búfalo mirándome fijamente. Pensé que era a causa del vodka pero no. El animal me miraba, bufaba y el frío dejaba el rastro en el aire de sus exhalaciones. Se fue. Los cascos de sus patas golpeando en el adoquin fueron un premio para mí.
Me dirigí a una de las secas palmeras cerca de donde debería haber osos o al menos, algo. Le rocié vodka y le prendí fuego. La palmera encendió otra y al menos, por un instante todo el calor del mundo contrarrestó el frío. El aire olía a hierba quemada y mis manos dejaron caer al suelo el último cigarrillo de mi cajetilla.
Me alejé lentamente del zoológico escuchando al fin, los rugidos tristes de los leones, los lamentos casi humanos de los monos, los venados golpeando sus cornamentas contra sus encierros. En el cielo, el incendio del zoológico se veía más grande que cualquier fuego pirotécnico. Tomé un pequeño pato del estanque que estaba por la puerta de salida. Sonreí y lo llevé a mi casa.
El milenio inició sin animales en mi ciudad.
Estaba en la calle, buscando algo que hacer, donde pasar la noche más trascendental (al menos en cuanto a fechas) que iba a vivir hasta ese día.
Nada. No había nada.
Muy joven para ir a un bar.
Muy viejo para quedarme en casa.
Salí y busqué un taxi, no había y caminé a casa de uno de mis mejores amigos quien estaba en el porche de su casa bebiendo directamente de una botella de vino tinto que había robado de la fiesta familiar a la que fue. Un vino horrible de 76 pesos en Wal-mart.
Bebimos hasta terminar la botella, fumamos un par de lucky strikes cada quien y nos subimos a su viejo Atlantic sin dirección hidráulica. Bajamos los vidrios del coche y en el frío de la noche de Monterrey comenzamos a gritar Feliz año! a todos los caminantes que como nosotros, buscaban donde pasar la última noche del Milenio.
Nos detuvimos en la casa de un amigo que parecía tenía fiesta familiar, gritamos para que saliera, se asomó por el balcón y nos invitó a entrar.
La mayoría de su familia bailaba completamente alcoholizada, nos reímos de ellos y aprovechamos que nadie nos veía para robar de las bolsas de las tías, algunos billetes y cigarros. Nos despedimos de nuestro amigo quien nos regaló lo que quedaba de una botella de vodka
El Atlantic avanzó y nos detuvimos en una tienda, compramos cervezas y coca-colas. Le dijimos a la dependienta que cerrara y se fuera con nosotros a festejar el inicio del año. Sorprendéntemente dijo que si. No era fea ni bonita, era pues, interesante.
Nos estacionamos afuera del zoológico, no había ningún guardia cerca. Mi amigo comenzó a besar a la chica y yo me aburrí, bajé del coche y comencé a tirar piedras a los letreros de la entrada. Piedra tras piedra comprobé que no había guardias cerca. Salté la reja y entré al zoológico con la botella de vodka y un cigarro encendido. Los animales no estaban en sus jaulas, estaban encerrados en esos lugares en donde duermen y me sentí triste, decepcionado de haber llegado ahí y no poder gritarle nada a los leones. Mi amigo y la chica de la tienda entraron. Me vieron sentado en una banca observando el espacio vacío en donde deberían estar los monos. Me dijeron que nos fueramos, les dije que se largaran, que no me iría de ahí sin ver un animal.
La chica dijo que en los árboles había ardillas. Reímos.
Ellos se fueron, me quedé en el zoológico, pasé por el serpentario, nada. En el acuario, nada. Rastros del espacio que dejan los animales cuando no están. De pronto, justo al salir, en uno de los pasos peatonales del zoológico había un búfalo mirándome fijamente. Pensé que era a causa del vodka pero no. El animal me miraba, bufaba y el frío dejaba el rastro en el aire de sus exhalaciones. Se fue. Los cascos de sus patas golpeando en el adoquin fueron un premio para mí.
Me dirigí a una de las secas palmeras cerca de donde debería haber osos o al menos, algo. Le rocié vodka y le prendí fuego. La palmera encendió otra y al menos, por un instante todo el calor del mundo contrarrestó el frío. El aire olía a hierba quemada y mis manos dejaron caer al suelo el último cigarrillo de mi cajetilla.
Me alejé lentamente del zoológico escuchando al fin, los rugidos tristes de los leones, los lamentos casi humanos de los monos, los venados golpeando sus cornamentas contra sus encierros. En el cielo, el incendio del zoológico se veía más grande que cualquier fuego pirotécnico. Tomé un pequeño pato del estanque que estaba por la puerta de salida. Sonreí y lo llevé a mi casa.
El milenio inició sin animales en mi ciudad.
lunes, 9 de enero de 2012
Lena
Mírame bien porque es la última vez que me vas a ver- me amenazó Lena en la puerta de mi departamento en la calle Regina, sabía que estaba mintiendo, siempre lo hacía, era parte de una rutina no ensayada que se repetía una y otra vez, como las hojas de los calendarios con error y que siempre marcarán el 18 de julio del 2007.
Eso era ella, mi calendario con error, una sucesión de situaciones no controladas pero a la vez, predecibles. Una amenaza, un grito, un día de ira, la soledad temporal, la culpa.
Todo era predecible en ella, sus ojos, su voz cuando me decía que era tarde, mi Lena era tan Lena que había perdido el factor sorpresa cuando me amenazaba así que yo, la ignoraba.
Largas noches esperé que cambiara. Que al fin una amenaza de ella fuera real, no quiero decir con esto que deseaba que muriera y que su sangre tocara mis pantuflas azul celeste (que ella misma me regaló hacía 3 meses), pero si quería por una sola vez que las cosas no quedaran en intenciones, que si lo que me decía era cierto, lo cumpliera, que tuviera más huevos que yo y me matara ahí mismo pero no. Lena era cobarde y yo lo disfrutaba en cierta medida.
¿Qué vas a hacer cuando me vaya?- me dijo un día que acababa de regresar y justo habíamos terminado de coger en la sala que su madre nos regaló cuando cumplimos un año de vivir juntos.
Nada, seguir adelante, enamorarme de nuevo- le dije con toda la dolorosa honestidad de la que soy capaz después de coger y ella se soltó a llorar.
No llores, ¿qué querías que te dijera? ¿qué estoy perdido sin ti? ¿qué no podré volver a amar? claro que podré volver a amar no seas tonta, y tú también, de hecho sé que estás enamorada justo ahora y no es de mí. Sé que estás llorando por eso y no por mí. Lloras porque no sabes cómo decirme que te vas definitivamente y me preguntas que qué haré sin ti para saber lo que puedes llevarte de la casa. Lo sé y sabes, llévate todo. No necesito nada de ti- le dije y ella dejó de llorar.
Lena empacó esa misma noche. Mi casa estaba fría y en las paredes blancas aún estaba la marca de la fecha en que llegamos, raspada con la llave del primer coche que compartimos.
Nunca volví a enamorarme.
Eso era ella, mi calendario con error, una sucesión de situaciones no controladas pero a la vez, predecibles. Una amenaza, un grito, un día de ira, la soledad temporal, la culpa.
Todo era predecible en ella, sus ojos, su voz cuando me decía que era tarde, mi Lena era tan Lena que había perdido el factor sorpresa cuando me amenazaba así que yo, la ignoraba.
Largas noches esperé que cambiara. Que al fin una amenaza de ella fuera real, no quiero decir con esto que deseaba que muriera y que su sangre tocara mis pantuflas azul celeste (que ella misma me regaló hacía 3 meses), pero si quería por una sola vez que las cosas no quedaran en intenciones, que si lo que me decía era cierto, lo cumpliera, que tuviera más huevos que yo y me matara ahí mismo pero no. Lena era cobarde y yo lo disfrutaba en cierta medida.
¿Qué vas a hacer cuando me vaya?- me dijo un día que acababa de regresar y justo habíamos terminado de coger en la sala que su madre nos regaló cuando cumplimos un año de vivir juntos.
Nada, seguir adelante, enamorarme de nuevo- le dije con toda la dolorosa honestidad de la que soy capaz después de coger y ella se soltó a llorar.
No llores, ¿qué querías que te dijera? ¿qué estoy perdido sin ti? ¿qué no podré volver a amar? claro que podré volver a amar no seas tonta, y tú también, de hecho sé que estás enamorada justo ahora y no es de mí. Sé que estás llorando por eso y no por mí. Lloras porque no sabes cómo decirme que te vas definitivamente y me preguntas que qué haré sin ti para saber lo que puedes llevarte de la casa. Lo sé y sabes, llévate todo. No necesito nada de ti- le dije y ella dejó de llorar.
Lena empacó esa misma noche. Mi casa estaba fría y en las paredes blancas aún estaba la marca de la fecha en que llegamos, raspada con la llave del primer coche que compartimos.
Nunca volví a enamorarme.
jueves, 5 de enero de 2012
Austral
Cargamos las culpas de otros días, de aquellos en donde robábamos chocolates de las tiendas y los escondíamos en los pantalones, devorándolos luego en el estacionamiento de la escuela, pecando. Crímenes sin víctimas. Corporativos que no recibieron 15 pesos más que el día anterior, es todo. Es nada.
Pagamos esas culpas queriendo...fingiendo ser buenos? nos anotamos en cualquier causa social buscando limpiarnos con el cloro de la aprobación pública esos pequeños delitos mientras en casa nos matamos unos a otros, nos hacemos daño, nos volvemos perros hambrientos que lastiman, que destazan.
Prefiero dormir en el desierto, desmayarme de hambre, caminar en sentido contrario, abandonarme en los regazos de otros años, mutar.
Mis culpas no las pago, las vivo. Tiendo al sufrimiento y la mentira, soy a veces un pecador consumado y otras un padre que desaprueba como van las cosas. No tengo idea de que es lo que termine pasando al final del día, sólo sé que no estaré más.
Pagamos esas culpas queriendo...fingiendo ser buenos? nos anotamos en cualquier causa social buscando limpiarnos con el cloro de la aprobación pública esos pequeños delitos mientras en casa nos matamos unos a otros, nos hacemos daño, nos volvemos perros hambrientos que lastiman, que destazan.
Prefiero dormir en el desierto, desmayarme de hambre, caminar en sentido contrario, abandonarme en los regazos de otros años, mutar.
Mis culpas no las pago, las vivo. Tiendo al sufrimiento y la mentira, soy a veces un pecador consumado y otras un padre que desaprueba como van las cosas. No tengo idea de que es lo que termine pasando al final del día, sólo sé que no estaré más.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)